Archivo mensual: octubre 2008

¡Ah de la vida!


(Fuente de la imagen)

Hace siete años decidí renunciar a programar mi vida (quiero decir, proyectarla más allá de una semana). Desde ese momento el tiempo, que antes era un fardo estorboso, se transformó en una suerte de brisa tibia. Los compromisos dejaron de atascarse en la boca del estómago y de sedimentarse en las venas. La vida, en suma, se soltó el cabello y corrió libre por las praderas. Da gusto vela cantar bajo la sombra de los árboles o silbar mientras se baña en los riachuelos. En las noches narra, mientras la escucho sentado en sus piernas, las desventuras que le imponía la desconfianza y luego, cuando el sueño toca mi hombro, me susurra versos de Quevedo o sonetos de Petrarca. Hay días, sin embargo, que amanece melancólica. Su mirada se pierde en los pliegues del pasado, sus palabras se marchitan en el aire y sus pasos se hacen lentos. En esto momentos no dejo que la preocupación me aconseje ya que sé que al siguiente día se levantará frenética, abrirá puertas y ventanas, encenderá las rosas y disolverá las tinieblas del pasado…

9 comentarios

Archivado bajo General

A las profesoras Martha y Edilma

(Fuente de la imagen)

Todos extrañan a los familiares que parten o a los amigos que la vida conduce a tierras ignotas. Algunos añoran ciudades, barrios, casas; otros echan de menos a canarios, perros, gatos o salamandras; los de más allá se apenan por no sentir el olor a pino, jazmín o, acaso, el sabor del pan caliente. A los que parece que no se extrañan, o se añoran muy poco, son los docentes. No he conocido a la primera persona que gima de dolor porque el profesor de macroeconomía no le volverá o porque el “profe” de matemáticas se va del país. La ausencia de estos es causa, por el contrario, de regocijo y alegría entre sus alumnos.

Antenoche, no obstante este olvido premeditado, recordé a las profesoras del colegio gracias a que hallé a dos de ellas en Facebook. Después de escribirles e invitarlas a pertenecer a mi grupo de amigos, me entregue a la convulsión de las reminiscencias.

El primer recuerdo llegó cuando vi la foto de Martha, profesora de química; dicho invocación se remontó hasta el laboratorio del colegio. El objetivo del experimento que nos había convocado esa mañana era extraer alcohol de un pucho de vino. Para tal efecto el grupo debía llevar, como era obvio, una botella del licor. Aquella mañana integrante llego con su respectiva botella y con una sonrisa socarrona que cabreó al coordinador de disciplina. Después de empalmar todos los instrumentos le vertimos una copa de vino al balón (creo que así se llamaba el recipiente redondo) y otras cinco a las gargantas de los miembros del grupo; tapamos el balón, encendimos el mechero y nos sentamos a esperar el resultado. Mientras la bebida empezaba a evaporarse saboreamos otro trago de vino. Cuando el alcohol empezó a viajar la espiral de vidrio ya estábamos entonados a fuerza de sorbos cortos. En el momento en el que todo el alcohol estuvo el vaso nos sentíamos alegrones. Cuando concluimos el saldo de las botellas escondidos en el baño de hombres vacilábamos entre una borrachera mansa y la euforia.

La segunda evocación llegó cuando vi a la fotografía de Edilma, profesora de español. De ella recuerdo la exposición del libro Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada. El día que nos correspondió la exposición llegamos sin haber leído uno solo de los poemas. Asustados iniciamos a hablar de lo que no habíamos leído. Dos minutos después llegaron tres albañiles a taladrar, martillar y cincelar el salón del segundo piso. La exposición, por tanto, quedo aplazada. La siguiente clase llegamos igual que la anterior: sin haber leído un solo verso. Después de concluir la charla la profesora nos increpó y nos puso cero.

(Como nota a pie de página debo decir que fue, paradójicamente, un verso de ese libro (“puedo escribir los versos más tristes esta noche”) el que, cuatro años después, me abrió la puerta a la poesía -portón que, sea dicho de paso, permanecerá con los postigos de par en par hasta el final de mis días-).

Después de escribirle un correo a cada una pensaba que fueron ellas (y otras tantas profesoras y profesores) las que, además de introducirme en los meandros de la química y de la literatura, trabajaron para transformar al incorregible vago en un hombre comprometido con la vida y la sociedad. Quizás no lograron corregir mi perversa inclinación a la molicie y a la disipación, pero sí lograron impregnar de ciencia y la literatura mis días, lo cual es suficiente para estarles agradecido por el resto de mis días.

6 comentarios

Archivado bajo colegio, evocaciones, General

Adonay (Los Hispanos)

Mi infancia estuvo sazonada por una maraña de sonidos, conceptos y culturas: en una mañana alternaban los Rolling Stones con los Beatles en tanto que en la tarde La Sonora Matancera acobardar el sopor con el repiqueteo de trompetas. En la noche tocaba, según el estado de ánimo, Roberto Carlos, José Luis Perales o Joan Manuel Serrat. Había días en los que el monopolio lo ganaba Héctor Lavoe o la Fania. Al anterior conjunto un tío trajo, a mediados de los ochenta, los Bee Gees, Supertramp, Toto, América y otros tantos grupos norteamericanos de la época.

Hoy, años después de estar sometido a esta promiscuidad melódica, veo la huella que ha quedado en mí: las canciones que más busco son de los Rolling Stones, de Perales o de Joan Manuel Serrat. No son pocas las veces, asimismo, que me he descubierto tarareando a Vicentico Valdés al tiempo que me baño, como lo hacía hace veinte años mi papá. Esto me lleva al segundo punto: la incidencia de los hábitos de los padres en nuestras costumbres. Varias veces que peleo con mi hermana porque deja todas las luces encendidas. El regaño es, como si lo anterior no fuera preocupante, igual que el de mi mamá: “apague la luz que los servicios están llegando carísimos”. Cuando se prorroga el baño más de lo aconsejable al sermón le añado al argumento anterior uno de mi cosecha: “apúrele que el agua no es gratis; con su irresponsabilidad está acabando con los recursos hídricos; ¿quiere que sus hijos jueguen en los ríos?…”. Claro que mi hermana no se queda atrás: cuando ve televisión se queda dormida igual que mi mamá y es igual de generosa que mi papá. Siempre que veo la estela de sus manías, gustos y defectos surcando mis días me pregunto: ¿Será que repetiré los mismos errores y aciertos de mis padres?…

Estas reflexiones emergen cada vez que Rodolfo Aicardi interroga a Adonay en la canción que nos gusta a mis padres, a mi hermana y a mí.

6 comentarios

Archivado bajo General, reflexiones

Sobre las fotografías vergonzosas de nuestra niñez


(Fotografía: Familia Zambrano)

Viendo en Facebook las fotos de Daniel, el hijo de una amiga, recordé las tormentosas instantáneas que mis papás me tomaron.

Ellos y los de su generación tenían, en primer lugar, la extraña manía de retratar a sus hijos desnudos. Tengo un repertorio de fotografías en las que estoy parado sobre una piedra, a la orilla de un río o sobre una cama completamente desnudo con un carro de juguete, un balón de fútbol o una media en la mano. La segunda extravagancia era captar a sus hijos en la etapa en la que los dientes de leche abandonan la boca. No son pocas las láminas en las que exhibo una sonrisa digna de un texto de patologías dentales. La tercera excentricidad de mis padres fue fotografiarme con los disfraces más ridículos: sacerdote, Superman con capa y sudadera azul, pitufo, etc. A las anteriores singularidades hay que agregar una que las congloba todas: mostrar a las visitas aquellas degradantes imágenes adornándolas con anécdotas vergonzosas de diversos calibres.

Cuando vi esta fotografía me alegré, por tanto, de constatar que nuestra generación abandonó estas prácticas denigrantes y se encaminó, para regocijo de nuestros hijos, por la ruta de las instantáneas decentes.

9 comentarios

Archivado bajo General

Diego Patiño

Hay quienes se ufanan de tener cientos de amigos en todas las regiones del mundo. Otros, más cercanos a las rutas virtuales, dicen que tiene mil contactos en Facebook y otro tanto en Hi5. Siempre que oigo a una persona decir eso me nace la misma pregunta: ¿Habrá, acaso, alguno entre sus miles de amigos, que sepa cómo se llama su mamá, cómo conoció a su novia, si se siente deprimido o alegre, etc.?

Me pregunto esto porque las personas tienden a pensar que amigo es todo aquel con el que entabla conversaciones protocolarias, o se va ocasionalmente al estadio o a pasear. Con estas personas, a quienes podríamos llamar compañeros, están vinculadas siempre y cuando el lazo que los unió no se rompa. Es así que uno no vuelve a saber nada, o casi nada, de los compañeros de la universidad una vez se salió de esta. Los amigos, al contrario de los cómplices, socios, camaradas o colegas, siguen ahí a pesar de los años y la distancia. Sé que suena a frase de cajón, pero es cierto. El sentimiento de amistad no se menoscaba por el trote de los años ni por la acumulación de kilómetros. Todo el que ha tenido amigos sabe a qué me refiero.

Pues bien, Diego Patiño es uno de mis amigos. Lo conocí en el año noventa y uno cuando contábamos con once años de edad. Él era lo que los profesores denominan alumnos problema. Recuerdo que era altanero y que contestaba ramplonamente a los profesores (nunca olvidaré cuando le dijo a la profesora de español que no entraba a su clase porque era muy aburrida). En séptimo a él le correspondió el 704, en tanto que a mí me tocó el 705. En octavo volvimos a encontrarnos en el 801. En este curso, junto con otros cinco compañeros (Walther García; Humberto Suarez; Miguel Aguilar, más conocido como EL Negro; Diego Navarrete y Nabyl Cortes) conformamos un grupo de siete “gonorreas” que hasta el día de hoy sigue unido. Ese año, como dato curioso, el juicioso de la agrupación era Diego Navarrete gracias a estar repitiendo el curso (en décimo, si no me falla la memoria, estaba Gustavo Navarrete, su hermano, repitiendo ese grado).

En once, para abreviar el cuento, nuestra amistad encontró dos catalizadores idóneos: el billar y el alcohol. Una noche fuimos a jugar Diego y Gustavo Navarrete, Patiño, y yo billar. Los hermanos Navarrete nos dieron una paliza ejemplar. El sábado siguiente decidimos ir a entrenar el esquivo deporte en unos billares de mala muerte. Estuvimos toda el día tacando hasta que empezamos a entender las dinámicas del juego. El lunes siguiente invitamos a la mancorna de oro a jugar en el billar de mala muerte en el que entrenamos. Después de una hora de juego, en un final de infarto, les ganamos por una o dos carambolas. Hay que decir, en honor de la verdad, que nos ayudó el hecho que empujábamos la mesa de billar cuando ellos tacaban (el billar era tan de mala muerte que las mesas no eran firmes; algunas, incluso, descansaban sobre hileras de ladrillos). Desde esa inolvidable victoria visitamos los billares todos los días de clase. Aunque había veces que saltábamos el muro para llegar más temprano, la hora de llegada era a la una de la tarde y la de la salida variaba según el ánimo del garitero (el día que más tarde salimos fue a las diez de la noche).

El alcohol no fue tan frecuente como el amado billar. Quizás la borrachera más memorable de aquellos días se protagonizó el diecinueve de octubre. Después que Castro arrastró, embarró, le echo huevos y le lanzó la camiseta de Patiño a las ruedas de un bus fuimos a mi casa a beber. El trago con el que llegaron el Negro, Patiño y Nabyl era un brandy barato e indigerible llamado Faena. Después de la tercera botella el brebaje empezó a bajar sin dificultad por el gaznate escaldado. Cuando consumimos las cinco botellas fuimos a conseguir más trago barato. A dos cuadras de la casa conseguimos un aguardiente que valía mil doscientos la botella. Compramos tres botellas y nos fuimos a la casa a rematar la borrachera.

Sólo una vez, en los cerca de dieciocho años que nos conocemos, nuestros gustos coincidieron en la misma mujer. Se llamaba Abigail pero le gustaba, por alguna razón incomprensible, que le dijeran Doris. La invité a una de las decenas de fiestas que Patiño organizó en su casa. El objetivo era, como todos sospechan, “levantármela”. Cuando se la presente a Patiño entendí, sin embargo, que había cometido un error inmenso: los ojos de los dos brillaron cuando se dieron la mano. Después de una hora de monopolización, Patiño la saco a bailar. A la tercera pieza de baile se estaban besando. ¡Nada que hacer!

En diciembre de ese mismo año (1999) Patiño se fue a Francia y con él se fue un fragmento de mi pasado. Las cosas nunca volvieron a ser las mismas: las fiestas eran más insípidas, las bebetas eran, o más frenéticas o más lentas, nunca con el ritmo adecuado y las tardes de ocio se tornaron grises. El tiempo, a partir de su ausencia, empezó a masticarnos transformándonos en personas extrañas a aquellos adolescentes que derretían sus tardes en billares hundidos en el humo y el alcohol.

En noches como la que está precipitándose ahora mismo sobre Bogotá caminábamos por la calle sesenta y ocho sin un peso en el bolsillo, pero con el corazón alegre de las victorias conseguidas mediante carambolas alucinantes o gracias “chochazos” inconfesables. Es por ello, y porque está cumpliendo años, que decidí escribir en su homenaje.

Patiño: desde este rincón del mundo deseo que todas las estrellas encuentren el camino de su casa y que todos los fantasmas huyan con el repiqueteo del piano, el serpenteo de la trompetas y el martillar del los timbales de Tito Puente.

¡¡Feliz Cumpleaños!!

6 comentarios

Archivado bajo colegio, evocaciones, General

Elogio a la embriaguez

(Fuente de la imagen)

Voy a confesarles algo sumamente vergonzoso: llevo 1974 días sobrio. Es lamentable ver cómo la falta de alcohol ha afectado mi vida: primero llegó el sueño tranquilo, luego arribó el apetito y, al final, llegó la sensatez. Sí, como lo oyen: ¡me volví sensato! Yo que antes rodaba por el mundo sin más objetivo que el de embriagarme hasta perder el sentido he caído en las redes de la cordura. Ha sido tal el equilibrio al que he llegado, que en algunas ocasiones he pensado graduarme y conseguir un trabajo estable. ¿En qué cabeza enferma, ¡por Dios santísimo!, cabe una idea de este calibre? Terminar la universidad y luego trabajar… Já, Já; déjenme reírme de este despropósito. Como si trabajar (y esto suponiendo que concluir la universidad conlleva necesariamente a conseguir empleo) convenciera a la felicidad de arrimarse; el trabajo, al contrario de lo que piensan los teóricos, rechaza la felicidad como si se tratase de una perra sarnosa. Si no me creen les insto a que se paren en la puerta de una fábrica o de una oficina al término de la jornada para que contemplen el rostro de la tristeza y la frustración. Sus semblantes invitan a la compasión y a la piedad. Es tan grande su dolor que los viernes, cuando se liberan de sus obligaciones, corren a bares y tabernas a hundirse en los afectuosos brazos de la embriaguez.

Después del primer año sin alcohol, como les venía diciendo, la melancolía empieza a crecer en las comisuras del aliento hasta invadir el cerebro. Al tercer año se olvidan los improperios y la descortesía es asunto del pasado. Al cuarto año el amor se transforma en un objeto incompatible con el ardor que burbujeó en las noches etílicas. Al quinto año, como dije al comienzo, la cordura invade la razón. Al décimo año, dicen los expertos, el alma se apaga y la voluntad se desmorona como un castillo de arena.

Un mundo habitado por entes sin voluntad, sumidos en la melancolía y arrodillados ante la sensatez estaría condenado a la extinción: para crear y conquistar es necesaria la pasión que inyecta el alcohol. Alejandro Magno no hubiera salido, por ejemplo, de Pela a conquistar el mundo sin la ayuda del vino, ni William Hamilton hubiera construido la maravillosa teoría de los Cuaterniones sin la ayuda del Whiskey. Ni que decir del definitivo impulso del alcohol al arte.

Lo anterior demuestra que el verdadero combustible del progreso no es, ni de lejos, la necesidad; el verdadero carburante de increíbles hazañas y de descubrimientos asombrosos es el alcohol. No entiendo, por tanto, porque desconfían tanto de él. Es cierto que hay algunos hombres y mujeres a los que el espíritu del trago los lleva a senderos poco recomendables. ¿Piensan, acaso, que el egregio elemento se nos da gratuitamente? Por supuesto que no. Debemos cubrir el importe con algunos chispazos de miseria y de violencia intrafamiliar en algunos países subdesarrollados. Pero este precio es irrisorio comparado con las ventajas ofrecidas por avance de la humanidad. Si los anteriores argumentos no lo han convencido aún lo invito a que se imagine un planeta gobernado por borrachines, con su nariz roja y su intrincada conversación. No me puede negar que es mejor que un mundo administrado por avaros, ¿o sí?

5 comentarios

Archivado bajo Elogios, General

Respuesta a una duda engendrada en la pila del mono

El jueves en la noche Diego y María José sembraron una pregunta en mi cabeza: ¿para quién escribo?

En un blog es difícil saber para quién se escribe puesto que está abierto a todo el mundo. Creo, sin embargo, que aunque cualquiera lo lee no va dirigido a literatos ni académicos. Mi propósito, en primer lugar, no es convertirme en un escritor de culto; ni siquiera quiero volverme un escritor que vive de escribir, que da conferencias sobre novelas, que es galardonado, etc. Lo que escribo está más cerca de una actividad ociosa que de un trabajo productivo y su objetivo no es otro que el de entretenerme, distraerme, y en no pocas ocasiones, divertirme. Y, ahora que lo pienso, lo que espero de escribir es que los post diviertan y entretengan a los lectores. No espero más. En ese orden de ideas mis escritos van dirigidos a personas que quieren distraerse leyendo tonterías en la red.

6 comentarios

Archivado bajo General, reflexiones

Acotaciones sobre la crisis financiera

No hay noticiero que no se pronuncie sobre la crisis financiera ni hay vecino que no esté alarmado a causa de esta. Los analistas económicos anuncian, asimismo, desde sus casas (o parques públicos si estas no son presentables) a los televidentes el advenimiento de un apocalipsis económico sin precedentes. Los telespectadores, contagiados más del semblante apesadumbrado de expertos y presentadores que del contenido de sus exposiciones, sacan los ahorros de los bancos y los dejan bajo los colchones, al lado de las estampas de San Ambrosio.

¿Acaso, me pregunto ante el desconcierto general, alguien sabe qué pasa y por qué hay que temer? Después de un interrogatorio a vecinos, compañeros de universidad y familiares he llegado a la conclusión que es bastante poco lo que se sabe sobre la crisis financiera. Ante este panorama creo que es necesario hacer algunas aclaraciones sobre el particular.

Lo primero que hay que saber es quién fue el causante de la debacle. Algunos analistas han acusado al señor Alan Greenspan, director de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED) en el año 2003. Este señor, asustado por la inminencia de la deflación, bajo el precio del dinero hasta el 1%. Esta medida incidió en una relajación del crédito (las tasa de interés bajaron sustancialmente) y una inyección masiva de liquidez. (¡Uff, qué maravilla: billete por todas partes y la tasa de interés por el piso!, se decían los ciudadanos Estadounidenses).

Pero acá empieza el problema: si la tasa de interés es baja, el margen de utilidad de los bancos es, asimismo, bajo. Las entidades bancarias, ante esta disyuntiva, se encaminaron a las hipotecas ya que estas tienen una tasa ligeramente más alta que la del crédito normal. Para que el negocio funcionara había que cautivar a un número considerable de clientes. Para hacerlo los bancos extendieron créditos hipotecarios a personas que no podían endeudarse (incluso se llegó al límite de conceder créditos a personas que mentían sobre sus ingresos). La condición que el banco ponía a los beneficiarios de la hipoteca era que, gracias a ser de “alto riesgo”, la tasa sobre el crédito debía ser “levemente” superior a la que tenían las personas “confiables” y esta sería, además, variable (algo inédito en EU).

Después, para diversificar el riesgo, mezclaron diferentes tipos de hipotecas y activos en bonos y los colocaron en el mercado de renta fija. En este momento todos estaban felices: el consumidor porque tenía hipotecas baratas; los bancos porque tenían clientes y se podían deshacer de las hipotecas por vía de los bonos y los tenedores de bonos, porque tenían numerosos activos a su disposición que, además, podían asegurar sin problemas, porque las agencias de calificación de riesgos, que miden la solvencia de las emisiones, daban a esos títulos calificaciones excelentes.

La fiesta, como toda celebración que lleva algunas horas de ejercicio, empezó a enredarse en su propia dinámica: los bancos sacaron de sus balances las hipotecas vendiéndolas a los “conduits” (dependencias de los bancos que son, sin embargo, independientes jurídicamente de ellos). A lo anterior se le agrega el hecho que las entidades bancarias se prestaron plata entre sí utilizando como garantía los créditos hipotecarios, además que los “hedge found” (fondos que no regulados) se endeudaban usando los mismos bonos como garantía. En otras palabras: todos estaban comprando, vendiendo y asegurando bonos muy peligrosos y, a su vez, se estaban endeudando usando los mismos bonos como garantía.

En el año 2004 el crecimiento de la inflación empujo al FED a subir las tasas de interés. Estas subieron gradualmente hasta llegar en el 2006 al 5.6%. Esta alza arrinconó a los deudores hasta obligarlos a entregar sus propiedades. Las entidades hipotecarias y financieras que tenían estas carteras empezaron a ver, por tanto, cómo los ingresos mermaban proporcionalmente al volumen de predios devuelto. Este agotamiento de capital los impulsó, asimismo, a solicitar préstamos a sus hermanos bancarios; estos, al ver que miles de personas perdían sus casas, decidieron no otorgarle los empréstitos ya que no existía ninguna garantía que les pagaran (los bonos que respaldaban la deuda no valían un centavo). Esto, como es obvio, los empujó a estas entidades a la quiebra.

Pero el problema no terminó con la ruina de las entidades hipotecarias: después del desplome la desconfianza revoloteó en el aire ya que nadie sabe cuáles bancos están en quiebra (recuerden que esa información no está disponible gracias a que las hipotecas se vendieron a los “conduits”), y por tanto no le prestan a nadie (no le dan crédito, incluso, a las empresas que están fuera del circuito financiero).

Es en este punto en el que la mayoría de los bancos centrales inyectaron inoficiosamente dinero a la economía con la esperanza que se destrabara el mercado: nadie, a pesar de la irrigación masiva de capital, ha querido invertir -y no es para menos: la crisis ha costado más de 700.000 millones de euros al sector financiero-.

¿Este cuadro afectará a los colombianos? Mi escaso conocimiento en la materia me dice que si los bancos y las empresas colombianas recurren, cuando tienen problema de liquidez, a los bancos norteamericanos, y si estos, como se dijo atrás, no le están prestando a nadie, significaría que podría haber una baja en la producción (ya que no habrá dinero para hacer nuevas inversiones) y un alza en las tasas de interés de los préstamos (el banco buscará liquidez en los ahorradores que solicitan créditos). No habría, además, florecimiento de pequeñas y medianas empresas ya que ellas nacen y crecen con el crédito de los bancos, y puesto que la tasa de este es muy alta, no tendrán acceso a él por insuficiencia de fondos.

2 comentarios

Archivado bajo General

Retrato onírico

Hoy me desperté con la imagen de una mujer tallada en los surcos de mi memoria. Estaba sentada en una sala iluminada por bombillas que destacan de la cuadrícula del techo. Su cabello, negro como la noche, se divide en dos flancos; en el margen derecho el cabello viaja en olas desde la frente hasta le mitad la mitad del pabellón derecho; el izquierdo, entre tanto, baja, cual catarata fuliginosa, por la frente curvándose en las cejas hasta desvanecerse detrás de la oreja izquierda. Su mirada se debate entre la picardía y la seducción. Los ojos descansan sobre dos almohadillas engendradas por una sonrisa a mitad de camino. En la punta de la nariz nace el paréntesis que recluye la boca que se inclina peligrosamente hacia la izquierda. El ángulo de los labios, además, labra vagamente en la mejilla izquierda un hoyuelo. El maxilar se apoya en un mechón de cabello trincado por un caucho fucsia; el tercio de cabello que está libre se trenza en una suerte de tormenta que concluye sobre la camiseta verde. El mechón, a su vez, reposa sobre el hombro izquierdo, muy cerca de un lunar negro. El hombro derecho, por su parte, está tenso gracias al trabajo que entraña sostener el brazo en la incómoda posición en la que se encuentra. Del cuello desciende una cadena de plata que sostiene un ídolo inextricable. La cadena y a la estatuilla están circunscritas en la semicircunferencia del cuello de la camiseta. El brazo izquierdo brilla a causa del destello de las bombillas y el izquierdo está sumido en la sombra que proyecta la cabeza sobre él. Con la mano derecha sostiene un vaso de vidrio surcado por el reflejo de dos líneas rojas…

4 comentarios

Archivado bajo General

Caballo viejo (Simón Díaz)

Con el farallón desmoronándose bajo mis pies contemplo tus ojos alumbrando el vacío del pasado y las experiencias inútiles que este trajo. En tu juventud examino, asimismo, el vigor que se desmenuza en los engranajes del tiempo y el talento que se evapora por las comisuras del viento.

Lo anterior, sin embargo, no perfora el afecto que nació aquella mañana que entraste por la puerta blanca para guiarme por los recovecos de las particiones con tus manos de astromelia, ni frena el campaneo de mi corazón cuando el destino nos concede dos minutos de tregua.

Estas palabras acudieron a mi mente cuando el rumor de la composición de Simón Díaz llego a las bordes de mi aliento. Sea, pues, esta canción un homenaje a tu vibrante lozanía y a la alegría que esta trajo a mis días.

2 comentarios

Archivado bajo General

Amores furtivos

Tu sonrisa contrastaba con la mirada arisca del Che Guevara, así como las flores de tu blusa discrepaban de la esterilidad de la plaza. Mientras me hablabas de las variantes del infortunio tu cabello jugueteaba con la brisa que arremolinaba el polvo y tus ojos indagaban la huella que tus palabras dejaban en mí. Te sonreía con la mirada para que percibieras el interés que tus frases suscitaban en mi corazón.

Al término de una hora de conversación tu cabeza se inclinó hacia la derecha y empezó un acercamiento lento acompañado del cierre de tus ojos. Mi cabeza hizo lo propio: se ladeó hacia el lado contrario y se lanzó al vacío que nos separaba. Al final nuestros labios se unieron en un beso apasionado que aceleró los corazones y calentó los entresijos. Después nuestros ojos se contemplaron para sondear los interrogantes que florecieron en las grietas del amor, luego nos abrazamos con firmeza para sostener el cosquilleo que correteaba por las comisuras del alma. ¿Qué hacemos con Freddy y con Silvia?, me preguntaste con la mirada tierna. No es hora de hablar de nuestros esposos, te respondí con voz hastiada; estamos bien, lo demás es accesorio. Tus ojos se aferraron a los míos. No te preocupes, continúe, eso se arreglará de alguna manera. Nos enamoramos justamente cuando estamos casados, decías para ti misma en voz alta; ¿no lo pudimos hacer cuando éramos compañeros de clase o en el trabajo? ¿Por qué ahora? Tu mirada se fue enturbiando mientras contemplabas a los estudiantes que circulaban por la plaza. Nada ganamos con enfurecernos; debemos, más bien, buscar la manera de reparar nuestro error, dije mecánicamente. Te enderezaste; me miraste a los ojos y me dijiste con odio: sabes perfectamente que no me puedo separar de Freddy porque la desilusión mataría a mis papás. Juliana, en pleno siglo veintiuno y tú con esas estupideces, le dije con rabia; prefieres evitarles a tus papás la vergüenza de un divorcio, pero si los desprestigias siendo infiel a Freddy, ¡Qué hija tan considerada! ¡No Le Soy Infiel!, me dijiste acentuando las mayúsculas con los ojos. ¿Cómo se llama, entonces, acostarse con el amigo de su marido mientras él está trabajando en Agua de Dios? ¿Favor? ¿Cortesía? Me miraste con rencor, diste media vuelta y empezaste a caminar clavando con fuerza los talones en el piso. Al tercer paso te detuviste; diste media vuelta y regresaste. ¡Malparido!, dijiste cuando me tuviste a cincuenta centímetros. Incliné ligeramente la cabeza y puse cara de perro abandonado. Tu voluntad se agrietó; di un paso para estar más cerca de ti y alargue mi brazo derecho para apretar tu mano en la mía; diste un paso atrás señalando que no querías que te tocara; ¡perdóname!, dije con la voz fragmentada. Me miraste a los ojos para catar la sinceridad de mis palabras. Te encontraste con unos párpados a media asta y unos ojos que no se atrevían a erguirse. ¡Perdóname, por favor!, repetí la interpelación. Di un paso para acercarme, te pusiste rígida pero no te moviste; te abrace con dulzura; te ablandaste; ¡perdóname, no vuelvo a decir estupideces!, te dije al oído; a pesar que no me respondías sabía que el perdón habitaba en las paredes de tu corazón…

En medio del bullicio de pasos, conversaciones y risas sonó un estallido que intimidó el rumor; otra detonación sonó inmediatamente; un ardor mordió mi hombro derecho; el horror se apoderó de tu mirada; me soltaste y diste dos paso hacia atrás; la razón empezaba a hundirse en una caverna oscura y húmeda; una nueva explosión sembró el pánico entre los estudiantes, empezaron a correr y a gritar; mis rodillas se doblaron y me derrumbe en una ciénaga de dolor; en el desplome aún veía tus ojos de abiertos; un nueva descarga sonó al tiempo que tu cuerpo se desmoronaba sangrando; extendí mi brazo para alcanzar tu mano; cuando mis dedos alcanzaban tu mano la punta de un zapato los aplastó; ¡!Qué ternura!, dijo la voz de una mujer mayor; ¡Qué vergüenza tener una hija prostituta!, continúo; ¡¿pensaban que nadie se daría cuenta de su jugarreta?! Un nuevo disparo sonó al tiempo que tu cabeza saltó por el impacto; el pie soltó mis dedos, paso encima del pantano se sangre y polvo en el que nadaba tu cuerpo y se fue taconeando hacia la salida…

3 comentarios

Archivado bajo General, narraciones

A Elizabeth

(Fotografía de Elizabeth Ruiz)

Algunos destacan por construir teorías que penetran en los meandros del conocimiento; otros, por el contrario, descuellan por sus capacidades físicas; las de más allá sobresalen por la delicadeza de sus curvas o la superioridad de su voz. Ellos, sin embargo, no agotan el grupo de los que dejan su huella en las arenas del tiempo: en cada rincón encontramos personas que dejan estela en el alma de los hombres por su paciencia, inocencia o, incluso, por su malgenio. Puede que su pie no deje su impronta en el lugar más concurrido de la playa, pero está escrito en el corazón de personas que, al igual que ellos, caminan en la fronda del anonimato y que en sí mismas valen más que la gloria que demanda la vanidad que nos palpita en las venas.

La autora de la foto, por ejemplo, ha dejado un rastro indeleble en mi alma gracias a la firmeza de su carácter: admiro su arrojo porque la ha conducido por los senderos que su corazón ha diseñado desde, supongo, la adolescencia; la ha sostenido en borrascas capaces de amedrentar filibusteros y bucaneros; y porque carezco de él: soy de los que abandona el barco cuando una nubecilla esconde el sol en el horizonte o ante el primer rugido del mar.

Aprovecho, pues, para enviarle un saludo desde este rincón virtual y desearle toda la suerte del mundo en su nueva empresa en las frías tierras de Canadá.

4 comentarios

Archivado bajo General