Archivo mensual: enero 2010

Mínimas (18)

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Pregunta # 5

¿Cuánto silencio cabe en una duda? ¿Cuántas indecisiones son necesarias para construir un temor? ¿Cuánta inquietud es necesaria para edificar una frustración? ¿Cuántos fracasos se necesitan para malograr una vida? ¿Cuántas existencias tronchadas urbanizan una tragedia? ¿Cuántas penalidades labran una epopeya? ¿Cuántas gestas colonizan una verdad?…

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Mínimas (17)

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Dulce venganza la de las horas: transformar aquel adolescente montaraz en un hombre que acepta el destino de suéteres y camisas de impecable cuello; que no embriaga su melancolía ni distrae los días con tabaco o hierba; que no tiene orgasmos tumultuosos ni pasiones desbordadas; que no desea la mujer del prójimo ni blasfema y que contempla, impasible, la herrumbre socavando los engranajes que impulsaban su insolencia…

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Epílogo

A Marjorie; sumario de mis deseos; frontera de mis errores

Irrumpiste como aquellas tormentas que tejen las nubes en las auroras bogotanas. No tuve oportunidad, por tanto, de entregarme a la reflexión ni de consultar los astros; tan sólo hubo tiempo para encomendar mi cuerpo a la brisa y mi alma al azar (recuerdo que tu sonrisa prometía, en aquella jornada, paraísos velados y tus manos presagiaban senderos rodeados de amapolas).

Regresé, meses después, a reincidir en el amor. Tus manos conocían, para aquel momento, las rutas de mi piel, mis labios dominaban los oficios de la provocación y las promesas se transformaban en inflexibles compromisos (fue un viaje de amaneceres azules y de interminables noches de pasión).

Luego viniste a la ciudad del olvido. Tus ojos engullían la vida en cada pestañeo. Conociste, igualmente, las tinieblas que esperan bajo mi cama y la melancolía que deambula en mis atardeceres. Fuiste feliz (o eso quiero creer) en la manigua de reflexiones y en los anocheceres en los que te enredaba en las lianas de mis interrogantes. Después sobrevino el final del viaje y con él las palabras angustiosas, las lágrimas que caían en la soledad del baño (que no viste gracias a mi adiestrada diplomacia) y el angustioso silencio que anunciaba el dolor de la futura ausencia…

Ahora, cinco días después de tu partida, contemplo la oscuridad que te espera bajo mi mirada, la soledad que medra en los rincones de mi corazón y los dedos que arrullaron tus sueños durante dieciocho amaneceres.

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