Archivo mensual: junio 2012

Carta al silencio de la noche (18)

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Sé que nos ubicaron en trenes que salieron en momentos distintos pero que se encontraron, mas por tu rebeldía que por mi destino, en una estación del tiempo en la que yo era un adulto y tú estrenabas la mayoría de edad, madre tú como yo casado, desorientada y orientador (tantos desfases en esa dulce escala de las horas). En ese mes nos limitamos a los saludos protocolarios, la sonrisa de las ocho de la mañana, el apretón de manos al final de la jornada, las breves preguntas sobre el clima y los resultados puntuales de tu desempeño.

Luego partimos, es decir, partí, porque fui yo quien abandonó las magnolias que se marchitaban bajo el sol, quien arrancó con delicadeza de cicatriz aquella mirada que, sin saberlo, sin siquiera imaginarlo, escondía los aguijones del amor. Años pasaron en los que me fui desdibujando de tu memoria hasta que tuve la fortuna de leer aquella nota que dejaste en tu muro y que fue, ¡quién lo dijera!, la puerta de la alegría. Después de ella has ido y venido por las praderas de la culpa y del temor que te producen mis treinta y siete años, mi esposa y tu vida que intenta desbarrancarse en cada curva del segundero pero que se aferra y continúa sin dar cuenta de estos detalles; ibas y venías, afirmaba, hasta el martes que regresé a tu territorio y, por tanto, día y lugar en el que tuve la oportunidad de conocer los pormenores de tu pasado entre tus cabellos serpenteando en la brisa, miradas callejeras y disimulados temblores de tus manos. Después arribó la ausencia, tu ausencia, el cabello que dejó de zigzaguear en los remolinos de mi memoria, las manos que se diluyeron en el caldo de los recuerdos, todo deshaciéndose, deshilachándose, derrumbándose en esta alma marchita de esperanzas, hasta que fuiste y fui, hasta que fuimos una nueva tachadura en el verso que nos corresponde en la primera escena del tercer acto de esta comedia olvidada…

Ahora, en el instante en el que redacto esta carta, en el momento en el que empieza la certeza del viaje, de tomar nuevamente el tren sonámbulo que huye en dirección opuesta a tus expectativas, del consecuente abandono de las magnolias que continuarán marchitándose bajo la canícula, de la desarticulación de lo que soy y lo que pude ser en tu vida, de las últimas horas en esta leve ciudad que se desprende de la montaña como si fuera el humo de una fogata agonizante; en este instante, decía, pido que guardes las palabras que fueron desmigajándose mientras ascendíamos por las colinas de la tarde, las caricias furtivas que te robaba entre cigarrillos y tequilas, la noche que se alumbrada con avisos de neón y arrugadas sonrisas, el abrazo que nunca nos dimos (porque el vacío también hace parte de nosotros y de nuestro pasado), la generosa ternura y los breves amores que nacieron cansados, desahuciados, maltrechos por tanta sonata para desventura y orquesta que se atravesó en nuestro destino…

Va un abrazo desde este lago de silbatos y gritos…

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Primer anuncio

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No se debe suponer que cambiar de opinión es una actividad exclusiva de políticos o gobernantes. Mudar de criterio es, en mi sentir, la característica más frecuente en la especie humana. Piensen, sin acaso no los persuade esta premisa, que aprender es el continuo y prolongado ejercicio de edificar por vía de la reelaboración o eliminación de pre-conceptos que no es otra cosa que retractarse, adicionar y/o sustraer. Ahora, gracias a que, como reza el adagio popular, todos los días se aprende, se tiene necesariamente que rectificar, o cambiar de creencias, es una tarea que se hace a diario y, me atrevería agregar, es un trabajo que se ejecuta varias veces cada día.

¿A qué viene, se preguntará usted, esta aclaración? Hago la salvedad gracias a que desde hace un par de años amigos bienintencionados, entusiastas lectores y compañeros de universidad me han sugerido en todos los tonos posibles, incluso amenazándome con el puño cerrado y la mirada ardiente, que debería publicar un libro con una selección de textos de esta bitácora. Me negué a esta posibilidad a lo largo y ancho de los años aduciendo toda suerte de argumentos hasta que la insistente e insobornable vanidad me convenció que ha llegado el momento en el que dicha antología deba ver la luz.

Aprovechando, por tanto, dicha coyuntura, usted, amada lectora, apreciado lector, puede sugerir textos que desee ver publicados en el compendio de marras. Para hacerlo sólo basta que deje el título del escrito en el apartado de comentarios para que yo tome en consideración su propuesta y la responda al correo que queda en dicho lugar (y que nadie más puede ver). Ahora, si es una persona tímida o reservada que prefiere el anonimato puede enviarme la sugerencia a diegoninho@gmail.com o al correo de facebook (mi perfil es https://www.facebook.com/diegoninho). Agradezco, de antemano, su colaboración.

Les prometo, para finalizar, que los mantendré al tanto del avance de la iniciativa.

Va, por ahora, un cordial y efusivo saludo desde la fría Bogotá.

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Balanza

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Es el momento de poner sobre la balanza cuanto queda de mí: las sombras que se enredan en los pies, la vida que no escatima risas ni caricias, el rosario de equivocaciones, la legión de ángeles que brotan de las grietas del tiempo, la sonrisa y el interrogante que algunas veces logra opacarla. Debo admitir que es bastante poco lo que ha sobrevivido a parciales de Matemáticas, decepciones, ensayos de Ciencias Políticas y reflexiones que emergen en las tardes que se multiplican en la aridez de la reincidencia. En diez años, ¿qué colocaré en ella? ¿Qué quedará de mí en ese momento? Con seguridad los platos apenas se moverán cuando caigan las dudas al lado de un par de recuerdos marchitos, justo arriba de los ojos que recorren este texto. Y luego, en treinta años, si acaso queda algo de mí para ese entonces, ¿qué introduciré para estremecer el lastre que aguarda en la otra flamenquilla?

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