Archivo mensual: julio 2008

Serenata intimidatoria (Les Luthiers)

La última acción de soltero de un amigo fue llevarle una serenata a su futura esposa.

Para ello hizo acopio de los dos elementos necesarios para tal efecto: un amigo borracho y un trío de ancianos ebrios. Después del regateo mojado con relámpagos de aguardiente se convino en que los señores llegarían a la casa de la novia al filo de la media noche. Nosotros, mientras llegaba la hora, decidimos entrar a una tenducha que queda a dos cuadras de la casa de la mamá de la novia a esperar el arribo de la medianoche.

Cuando llegamos a la casa de la novia el trío miseria (así lo bauticé) entonaban la penúltima canción (eran las doce y media). La novia estaba roja de la ira y luego de una discusión acalorada entre los futuros esposos mi amigo negoció con los cantantes media hora más de serenata.

Cuando el vocalista dió paso a mi amigo para que cantara lo hizo de tan mala gana, y con tal malgenio, que la serenata sonó más o menos así:

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El hombre entra a la lista de especies en vía de extinción

Sócrates decía: “Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los mayores. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos”.

Lo que no pensó el sabio en el momento de decir esa frase es que la existencia de los jóvenes “tiranos” garantiza la subsistencia de los ancianos que reniegan de los jóvenes y de los políticos. Se necesita, de hecho, que el número de jóvenes sobrepase holgadamente al de viejos para que la economía se sostenga. Si esta proporción no se cumple la humanidad, por tanto, perecerá en una anarquía de babuchas, bastones y dientes postizos.

Pues bien, en un estudio realizado por la CEPAL se concluye que para el 2050 en Latinoamérica “se espera que la población adulta supere en un 30% a la joven”. Si esto no los alarmo lean la conclusión de los investigadores: “el organismo duda de que se pueda invertir el actual proceso de descenso de la natalidad” [1]. Esto sólo puede significar una cosa: el hombre inicia la peregrinación de las especies en vía de extinción.

Esta conclusión me parece paradójica: el hombre en su afán de detener el crecimiento para no extinguirse abrió la puerta para la consunción de sí misma. ¿Será acaso que la humanidad no puede dar más de sí?

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Post Número 200

Cuando se intenta escribir un post diario, en promedio, se corre el riesgo de repetir temas y que la calidad de los post no sea óptima ya que, como todos sabemos, la cantidad casi siempre sacrifica a la calidad.

A lo largo de estos doscientos post he sido reiterativo en temas como el amor, la nostalgia, las mujeres, el sexo y la poesía. Sé, gracias a los comentarios y a los correos que me han enviado, que el post que más ha gustado fue Carta al Silencio de la Noche (1), y el que más visitas tiene es De Videos y Masturbaciones, con la prodigiosa cantidad de 573 visitas en cuarenta y cinco días. Entre estos dos post han cruzado series como la de cartas, engranajes, música y evocaciones, todas ellas inconclusas. Escribí contra los comentarios de un visitante español y contra el padre Alfonso Llano. He colgado fotos de algunos familiares así como he subido videos de mis cantantes predilectos. He agradecido en más de una ocasión a mis lectores, etc…

Este es, en suma, el resumen de doscientas entradas.

Felicitaciones para el blog y para sus lectores!!!

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Interrogante

Después de leer a Doridan pensé que si el «yo» adolescente de dieciséis años entrara a la puerta de este cuarto y me viera, con camisa y saco de lana, escribiendo o leyendo día y noche me preguntaría con tono airado: “¿qué hizo conmigo, pedazo de güe*?”.

Quizás tenga razón: debí lanzare a las aventuras y a las emboscadas del destino en lugar de estar esperando que el mundo pase por esa ventana sin tocarme. Debí, tal vez, recorrer Latinoamérica a dedo, como a él le hubiera gustado; o irme, tal vez, de polizonte en algún barco. Todos sabemos, sin embargo, que no haré nada de esto porque las circunstancias han decidido que los únicos incidentes espectaculares que conoceré serán los que mi imaginación urda en noches febriles.

Lo anterior labra una duda en mi cabeza: ¿en qué momento canjee las aspiraciones por la comodidad?

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De música y generaciones

El vecino del lado coloca todas las mañanas rock en español a todo volumen. Esto no sería raro si no acompañara las canciones con improperios que buscan, por contradicción semántica, ensalzar las tonadas que estremecen el edificio. Es así que se le escucha gritar desde el baño: “¡que clásico tan triple hijuep*!”; o “¡Qué malpar* tan buenos!”. Al comienzo me parecía divertida la manera de ensalzar la música hasta que me percate que llama clásicas a canciones que sonaban a finales de los años ochenta.

¿Clásica Persiana Americana, me preguntaba con la oreja pegada a la puerta del apartamento? Esa canción, si la memoria no me falla, salió en 1986; clásica, lo que se dice clásica no es, me decía mientras esperaba la siguiente melodía.

Cuando sonaron los primeros acordes mi vecino gritó: “¡Qué canción tan hijuep*!”. Esto es mi Agüita Amarilla, de los Toreros Muertos; esta es del 86, pensaba mientras el vecino chillaba la canción. La mañana continúo con dicterios y canciones de finales de los años ochentas.

Al escuchar salir al vecino lo intercepté para pedirle que moderara el volumen de la música y la corpulencia de las palabras con las que ensalzaba la calidad de la misma. Después de mirarme con reprobación me preguntó: ¿es que a usted no le gustan los clásicos? Por supuesto que me gustan; sólo que lo que usted escucha son canciones buenas, pero bastante jóvenes para considerarse clásicas. ¿Jóvenes?, preguntó el vecino; sonaron diez años antes que yo naciera. Lo que pasa es que usted es un vejete que no conoce de música, remató con insolencia. Dio media vuelta y se fue manoteando y renegando solo.

Al siguiente día me desperté a las siete de la mañana y coloqué el equipo a todo volumen y mientras sonaba Born to Run (Bruce Springsteen), héroes (David Bowie), Anarchy in the U.K. (The Sex Pistols) lanzaba baldones que ensalzaban la calidad de las canciones para vengarme de la insolencia del vecino y para sentirme joven de nuevo.

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S…

A esta mujer le escribí este poema:

S…

¿Pero a mí qué me queda?
El recuerdo y la greda de tu pisada serena
los labios amenazantes y la tarde sangrante de tristeza
la vida despeñándose
consumiéndose como una gota de agua frente al cielo
como aire en la boca del enfermo
¿Crees que es justo que sólo me quede eso?

La vida y la impasible mirada de la noche responden por ti
siento que la congoja me invade como palabra tirada al olvido
y que el alma se arruga como papel lanzado al fuego amigo
así me siento cuando tu recuerdo saluda mi amargo suspiro…

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El mejor vecino

En los once años en los que he vivido en este conjunto he tenido toda clase de vecinos: ruidosos, peligrosos, amables, cordiales, antisociales, malhumorados, discretos, etc.

Recuerdo, por ejemplo, los vecinos que iniciaban las fiestas los viernes a las ocho de la noche y la terminaban el lunes a la una o dos de la mañana. Sus festejos eran amenizados por grescas monumentales y visitas de la policía al amanecer. Después de múltiples demandas entabladas por los vecinos y por la administración del conjunto, el grupo de alegres bochincheros nos abandonó un lunes por la mañana después de una jarana con improperios y patadas en las puertas de los vecinos.

Este conjunto lo caracteriza, por otra parte, el hecho que la mayoría de sus habitantes (el 70%, aproximadamente) son adolescentes. Este fenómeno hace que el conjunto se contagie de la alegría de los estrepitosos jóvenes y de la belleza de las mujeres en ciernes. De la mano de las prerrogativas vienen, sin embargo, sus hermanos los inconvenientes: no son pocas las veces que los jóvenes hacen peleas campales a causa del amor de una doncella o arman proyectos que incluyen drogas, sexo y alcohol (¡qué envidia!). En una ocasión, ante el asedio de los preocupados padres, metieron un kilo de marihuana en el carro de mi papá para no ser descubiertos.

(Imagínense la cara de mis papás cuando vieron un paquete del tamaño y forma de una almohada envuelto en papel periódico y expeliendo el característico olor del cannabis sativa).

Hay, no obstante, entre los vecinos uno que llegó hace diez años al conjunto y al que todos sin excepción queremos como si fuera de la casa: Pamplo, un perro callejero adoptado por el celador del conjunto hace diez años. Cuando llegó contaba con un par de meses y medio kilo de ternura. Su afición de robarle las chanclas a los niños fue celebrada por todos los residentes (excepto, quizás, por algún niño amargado). Su comida favorita era (y sigue siendo) el pan de coco de la panadería de la esquina. Su mayor afición era dormir a pierna suelta a la sombra de un Renault doce abandonado.

Actualmente Pamplo es un perro maduro que emplea la mayoría de su tiempo en dormir en la portería. Los años, para desgracia de la comunidad, le han secado la ternura que lo acompaño en su cachorres, transformándolo, en un perro serio que menea la cola tan sólo en contadas oportunidades (como cuando ve una perra joven) y que ladra sólo en casos que ameriten el esfuerzo: perros intrusos, gatos inoportunos o extraños que corten las rejas con segueta.

Ahora que mi partida de este lugar se vuelve inminente sé que al único vecino que extrañaré será al de mirada seca y cuello peludo que me mira de reojo cuando salgo a la universidad. Sean, pues, estas palabras un homenaje a mi mejor vecino.

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Crujidos de los engranajes (1)

Venías del otoño hacia el invierno. Los árboles exhibían sus ramas sin hojas -salvo aquel arbusto rebelde que seguía verde a la sombra del tiempo-.

Venías distraída mirando al grupo de estudiantes que rasguñaban el sosiego del lugar. Caminabas, como decía, entretenida con la algarabía y con el suéter azul que vendría debajo (o quizás encima) de la docena de chaquetas que te amparaban de las uñas del frío invernal. Los rizos venían para mi desazón trincados por una cinta y tu cara imitaba el brillo del cielo.

No sabías –ni nunca sabrás – que te espiaba con el lente de ciento cincuenta milímetros que capturo el instante en el que retornaste a la niñez que escondes bajo los ribetes de la formalidad.

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C. P.

A esta mujer le escribí meses después este poema:

C. P.

Cuando tus ojos brillan en la insondable oscuridad de mi existencia
el tiempo se estremece como las ramas secas
del árbol que espera morir de pie
y mis manos tiemblan como las telarañas grises y polvorientas
que florecen en las esquinas abandonadas de mi cuarto;
pienso entonces que mi soledad está hecha a la medida de tu pesadumbre
y que tu voz es de la misma talla de mi esperanza;
pero la metálica mano de la realidad toca mi hombro y me susurra al oído:
los riachuelos divergen;
la forma y el contenido tan sólo conviven
como el canario y la jaula
no se funden como el aire y la palabra “alegría”…

reflexiono
camino y te despido desde lejos con la marchita mano que me queda…

me miras y con un mohín te despides
como la piedra del río despide al agua que la transita…

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Mi Presidio (Otto Serge)

En las llanuras del amor existe un paraje que se cocina bajo el sol de la indiferencia: los amores platónicos. Nada más desafortunado que entrar en los caminos torcidos de esta región acerba sin otra posibilidad que la de mirar el horizonte plomizo y sentir, ¡valga la paradoja climática!, la canícula sobre nuestra cabeza.

Recuerdo que mi primer amor platónico nació en una fiesta de grado en el año 88. La causante fue una niña de diez años que tenía –y aún tiene- la mirada más dulce que he han contemplado mis ojos; tenía pecas estratégicamente ubicadas en la vanguardia de sus mejillas y una nariz pequeña.

El otro amor platónico llegó a finales del año 93. La ostentadora del título era una niña de doce años. Ella era alta, hermosa como pocas y dueña de una mirada altanera. Este amor, lamentablemente, falleció una noche a la luz de la luna.
Sin ellas no hubiese conocido las púas de la cobardía ni el temor del rechazo; no hubiera, asimismo, habitado los altos andamios de la fantasía ni hubiera edificado los castillos con fosos infestados de cocodrilos ni paredes de rosas. Es por ello que les dedico, a A. y a C. la siguiente canción.

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Pasado, Presente y Futuro

El tiempo, como se habrán dado cuenta, es una pregunta constante en mis reflexiones. El tenue presente, el irreparable pasado y el escurridizo futuro son conceptos que han arañado las fibras de mis pensamientos desde que hago uso de la razón. Incontables han sido las noches como innumerables han sido las definiciones que he dado del escurridizo tempo y sus elementos.

Creo, sin embargo, que ningún resultado de mis cavilaciones ha sido tan certeras como las alcanzadas haciendo uso de los colores y las líneas en Paint.

Les dejo, pues, con los dibujos realizados una noche de septiembre del dos mil cuatro.

 

 

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Carta al despejado porvenir (1)

Clara, rozagante, animada, vivaz. Así venías de los grumos de la noche la primera vez que te vi. Ibas sola como el alma que escapa de los secretos puntudos que corrompen el cuerpo que la contienen. La redondez de tus grupas concitó la mirada fervorosa de los borrachos de la esquina y los pitazos de los conductores de buseta. Tú, sin embargo, caminaste sin sentir las esquirlas de las miradas ni la ventisca de las cornetas.

Luego, cuando llegaste al paradero del alimentador, te paraste al lado del letrero verde y volteaste a mirarme. El silbido de tu mirada atravesó los doce metros que nos separaban. Te quedaste quieta, como si quisieras retarme. En ese momento llegó el alimentador y la ponzoña de tus ojos erraron el disparo que venía a mi corazón.

Te subiste al bus, y justo antes que arrancara, me miraste con prepotencia. El vehículo partió y te llevó con él hacia las tinieblas.

(Cuando leas estas palabras tu cabeza habrá reposado sobre mi pecho su pesado cansancio).

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