Tiene usted toda la razón amigo Nieto: todo el que nos ataca debe morir como una rata así se esconda en las madrigueras de los países vecinos. Además, como usted bien dice, las normas internacionales apoyan esta prerrogativa: “Confieso que no acabo de entender la renuncia a este argumento, por demás defensable a la luz del derecho internacional contemporáneo. Lo prueban las resoluciones del Consejo de Seguridad después del 11 de septiembre, en las que legitima el bombardeo norteamericano a Al Qaeda (y a los talibanes que les daban protección en Afganistán). Y lo confirman, sólo doy ejemplos de este año, las acciones posteriores de Estados Unidos en Somalia y de Turquía en Irak, frente a las cuales la comunidad internacional no ha protestado”.
Claro que hay que atacar, destrozar, romper y rematar a los sobrevivientes con balazos en la cabeza. Así lo hizo hace poco el admirable Ejército en las asquerosas vecindades para honra de nuestra amada república y de su igualmente venerado gobierno. Pero la comunidad internacional, en un inexplicable impulso de estupidez nos ha dejado, perdóneme la expresión, con los pantalones abajo: “Ahora quedamos en el escenario más negativo: nos obligamos a no volver a usar la fuerza frente a guerrilleros refugiados en otros países”, ¡es el colmo! Como si no nos asistiera el derecho a hacerlo.
En ese escenario tendremos que resignarnos a ver a los bandidos medrando en la manigua vecina sin la menor posibilidad de aplastarlos con la bota militar ni podremos estrenar los misiles que hemos comprado a precio de libertad al coloso del norte.