decir Te Amo; mañanas en las que quisiera salir de la casa, con las babuchas de garras, a deambular por calles y avenidas, a escandalizar peatones, hasta llegar a tu trabajo, subir las escaleras con la pijama que tenía cuando me besaste a las siete de la mañana y decir Te Amo, como el que lanza un sortilegio contra el desamor; pero, antes de abrir la puerta, algo me detiene, una fuerza intensa, como la potencia que impulsa a las flores a brotar entre las grietas de los andenes. Entonces continúo la lectura de la novela que me espera en la mesa de noche, busco trabajo por internet o, quizás, me hundo en las ciénagas del sueño. Arremete, entre tanto, una suerte de descarrío, de incertidumbre, que me instiga a abandonar cualquier tarea, a rasguñar tu nombre en las paredes descascaradas o a delinear tu contorno con una rama seca; pero, una vez más, gana la sensatez y entiendo que el hombre es cobarde, que es incapaz de contemplar el amor, de arañar tapias, de trazar siluetas sobre la piel de la tierra. Quedan, por tanto, las frases revoloteando en las comisuras del silencio hasta que llegas con tus fatigas, con la nómina que no ajusta, con las compañeras imprudentes y, lo que en la mañana parecía fácil, empieza a intrincarse en tu acento, en las palabras que calman tu cansancio al punto que declararte mi amor se muestra incapaz de pagar deudas y ajustar cifras; me quedo, en consecuencia, con el deseo de decirte que el amor que sentí por ti, a las diez de la mañana, entre las sombras de los geranios, sentado en el comedor, frente al computador, me hizo olvidar los convencionalismos, las calles y las necesidades que la vida ordena en línea recta y me invitó, como se invita a un amigo o a un hermano, a vagabundear por la avenidas, como un demente, con los cabellos revueltos, hasta hallar tu oficina y subir a decirte, con voz alucinada, con tufo de oscuridad, que no puedo vivir sin ti, que no existe momento en el que tu nombre no atraiga ternura a mis labios, en el que no te ame con cada fibra de mi corazón; pero, en lugar de confesarte mis desvaríos, sonrío en la penumbra del televisor o en las tinieblas de la noche con la certeza que es más efectivo aquel beso que te imprimo antes de dormirte, rascarte la espalda o enredarte el cabello que decirte, entre las caras asombradas de tus compañeros o entre peatones alarmados, que Te Amo…
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