Archivo mensual: abril 2012

Huella

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Dedicado a Carolina Rodríguez y Pedro Zambrano

El pie dejando en su ascenso una concavidad que se ajusta a la forma y dimensiones del zapato, única evidencia que hubo presión, área que divide la multiplicación de la masa por la gravedad, operación que forja una abolladura en la tierra que quizás borre el viento que baja trotando por las montañas, que acaso desvanezca la llovizna que hace estallar cientos de sombrillas, rastro, en cualquier caso, que habla de vida que se desplaza, que avanza sin importar si va o viene, de paseos sosegados o de trotes intranquilos, que da testimonio de itinerarios y por tanto de proyectos, de esperanzas que se encadenan en un rosario de requerimientos que quedan atrás o a quienes definitivamente no se les puede alcanzar, de frustraciones y sueños, huella que se perderá en la manigua del azar, que será poceta en la que beberán las aves, surco en el que emergerán brotes de dientes de león que tú soplarás una tarde para irte con las semillas que arrastra el viento, incubadora de mosquitos anopheles o cubil del tremedal de rumores y sombras que emergen a las seis de la tarde, al margen de una sonrisa, de una duda o de una certeza…

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Laberinto

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La vida se vuelve un ir y venir por afanes y obligaciones, por deudas que se pagan o que definitivamente se evaden, por sueños que se postergan indefinidamente hasta que son las esperanzas de otro a quien difícilmente reconocemos en fotografías que empiezan a amarillarse… la vida, decía, se transforma en ese ir y venir, en un avance a ciegas, lento, con los brazos frente a nosotros, buscando una pared en la que se pueda estabilizar la marcha, pero que sólo encuentran vacío que crece a cada tranco, que se hace infinito a medida que transcurre este tiempo que creemos eterno y que empieza a acumularse en los lunares de las manos, en la digestión que se hace lenta, pausada como los vacilantes pasos que damos en este laberinto de tinieblas del que sólo podemos dar cuenta de lo que dejamos atrás (promesas, besos, errores), de lo que no volverá a ser de nuestra propiedad por más que queramos aferrarnos a su recuerdo, hasta llegar a este momento en el que lees este texto o que lo escribes, en el que piensas en lo que eres o en lo que pudiste ser, dos abstracciones concebidas por esta razón egoísta y arrogante que cree saberlo todo a pesar que sólo toca la realidad tangencialmente, de refilón, por temor o incapacidad… momento, venía diciendo, en el que eres padre o madre, acaso estudiante, adolescente con la vida sin golpes, sin astillas que narren aciertos o carreras frustradas, acaso eres contador, administrador o abogado, hombre con un rótulo que te define por cuenta de las cientos de horas que dedicas a actividades repetitivas, estériles, como si no pudiera determinarte ese remanente que deja el trabajo y a quien la mayoría asocia con tiempo perdido sin saber, sin sospechar siquiera, que dirá, en el vano de la muerte, visité, conocí, me equivoqué, amé, en lugar de decirse, porque sé que no lo hará, trabajé, hice miles de cuentas de cobro, cientos de balances, decenas de litigios, gracias a que esas labores son humo y fantasía, castillos de arena que quedarán abandonados en las rutas del viento cuando tú y yo no seamos más que espíritus aferrados a carne en proceso de descomposición, cuando empecemos a ser palabras (se llamaba Diego, fue mi compañero, vivió en esa casa) para dar paso a un silencio eterno, inabarcable, hermoso como las caricias que también serán palabras, que también serán silencio, que también serán olvido…

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Mínimas (30)

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No es esa que clausuró el temor, ni aquella que quedó entreabierta por la mala fortuna, ni la que se consume resguardándose con mansos cerrojos, ni aquella que se sostiene en pie a fuerza de engaños y espejismos… sólo importa la puerta que te aguarda al final del tiempo y la esperanza, aquella que se abrirá con el ligero empuje de tu presencia…

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Amor en tiempo de estudio

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Esa línea que inició una tarde al margen de una conferencia de Sor Juana Inés y quien luego se hizo amistad, confesiones, distancia y silencio, esa línea, decía, que imaginamos recta porque conecta esa tarde y esta mañana, dos puntos en el tiempo y en el espacio, dos coordenadas, un plano cartesiano, una única representación, pero quien al final, para despecho de la geometría clásica, no es recta sino una curva serpenteante como mis pensamientos que van hacia ti, regresan a Lobo Antunes, viran hacia el pasado donde camino a mis anchas, retornan a tus ojos que me siguen contemplando con curiosidad y que luego se encarrilan sobre esta curva que trastoca las abscisa con las ordenadas, que es continua pero no diferenciable, que va y viene, sube y baja a su antojo, que algunas veces tiene n raíces a las que me aferro con esperanza, que en otras temporadas, cuando eres sombra o tiniebla o fantasía, se camufla en el eje imaginario, que en algunas ocasiones alcanza la rectilinealidad poniéndote al alcance de mi mano como si faltaran dos minutos para que irrumpas en el auditorio como una centella y que otras tantas se hace ausencia, especulaciones sobre su propia naturaleza, sobre su métrica (que con seguridad es discreta) y sobre la existencia de un isomorfismo que traerá tu imagen difusa que se resbala por los andenes de la realidad a este universo de versos y aguijones…

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