Archivo de la etiqueta: Marjorie

Acechanza

CIMG9843

Dedicado a Marjorie Carbonó 

Camacho dice que vendrás una noche. Pero han pasado tantas noches, tantos días y tantas esperanzas que estoy convencido que no vendrás una noche sino que quizás llegues con el silencio de las dos de la tarde, con el tinto con el que espanto la nostalgia, con la brisa que despeina las cuerdas de la luz. O Tal vez te traigan un taxi o una duda (disculpe señor, ¿esta es la diagonal ochenta y uno hache? No señora, esta es la calle melancolía de la que habla Sabina). Acaso traerás certezas que se irán desmigajando hasta ser una melcocha de convicciones que no servirán para nada y un abrigo del color de la tristeza que dejarás colgado en armario hasta que haga parte de las sombras que nacen cuando corro la puerta. Ese día empezaré a ser semilla, cicatriz, historias que nadie lee, silencios a cuatro bandas, caminatas hasta la Calle Sesenta y Ocho, manos en los bolsillos, parciales aplazados, grados que no llegan. Puede que también sea, aunque esto no lo puedo asegurar, la esquina de una alegría, una llamada a media noche, un consuelo a doce cuotas, una despedida protocolaria. El caso es que la certeza de Camacho, la línea delgada que se aferra al fondo del pocillo y la marca oscura del cigarrillo hablan de tu llegada que al parecer sucedió cuatro años atrás, cuando inauguraste mi alegría con una sonrisa saturada de interrogantes…

2 comentarios

Archivado bajo amor, desamor, desplome de los años, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade

Albergue

(Fuente de la Imagen)

                                                                       Dedicado a Marjorie Carbonó

Algunas inquilinas de mi vida han partido cautelosas de no despertar al dueño de casa para irse sin pagar la cuenta. Otras han salido dando portazos por el vaivén del ático, por la propensión a la melancolía o por un par de cucarachas que les han salido en el caldo de euforias. Otras tantas se han ido avergonzadas por dejar el alma atiborrada de huellas, las ventanas y puertas clausuradas, el futuro equilibrándose en tres patas. Otro grupo contempla desde afuera la luz que ilumina los corredores, la cocina en la que resuenan algarabía de trastos y quisieran compartir mesa y cobija, noches y anécdotas, pero al final deciden irse para una posada menos incierta. Otra, la permanente, la que siempre está, la que paga el alquiler borrando las huellas de arrendatarias anteriores, reparando las goteras que oxidan los engranajes del tiempo, abriendo ventanas para que vuelva a soplar la esperanza en el alma, es quien lentamente, sin que el dueño lo advierta, empieza a cobrar deudas pendientes, cerrar vacantes, espantar posibles inquilinas que observan desde la vereda, hasta que ha hecho de este albergue un lugar donde sólo duermen ella y el propietario, un hogar donde encuentran cobijo sus sueños y en el que sólo es necesario que ella encienda su sonrisa para apaciguar la tormenta que baja de la montaña…

2 comentarios

Archivado bajo amor, desamor, desplome de los años, evocaciones, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade

Cuarenta y tres metros

(Fuente de la Imagen)

Fue suficiente un roce de miradas para que nos conectáramos desde las dos orillas de un río de personas y mesas. Ella estaba con su pareja y yo estaba sentado junto a mi esposa. Marjorie, mi mujer, no tardó en descubrir las ojeadas que erraban por los cuarenta y tres metros que nos separaban. Arribó la incomodidad con todos sus aguijones. ¿Quién es ella?, pregunto interrumpiendo una conversación azarosa. ¿Quién?, respondí como lo hacen todos los hombres que se sienten descubiertos antes que las ideas (las malas ideas) concluyan su proceso de maduración. Ella, la que lo mira desde hace una hora (no era una hora sino catorce minutos). ¿Cuál?, rematé con otro interrogante con la esperanza que se perdiera en el laberinto de dudas y respuestas para que emergiera, minutos después, en un diálogo inofensivo. Eso, hágase el pendejo, objetó, destruyendo, de esa manera, la única estrategia existente desde los días en los que Filipo de Macedonía, padre de Alejando Magno, la estableciera: confunde y reinarás (creo, de hecho, que es divide y reinarás; para el presente episodio tiene, sin embargo, la misma validez). El caso es que arribó, al término de un bufido que descuadernó los arbustos, una ráfaga de silencio que abrió un abismo de segundos que se marchitaban lentamente.

Poco después la muchacha se levantó y vino contoneando las caderas en una vorágine de balanceos provocativos que succionaba manteles y hojas, que decapitaba frases, que despeinaba las hebras de viento. Marjorie se encrespó cual mar embravecida. No existe mujer que acepte que otra venga a pavonearse de esa manera en el territorio que no es territorio, ni enclave o consulado, sino un espacio tan etéreo como la ley que lo genera y tan escurridizo como los múltiples estatutos que le crecen con los años hasta transformarlo en una maraña de normas tácitas y explícitas que siempre, sin excepción, castigan al hombre por ser como es. Ella continuaba acercándose y Marjorie seguía erizándose como si fuera un animal defendiendo la comarca en el que habrán hijos, casas a quince años, deudas, peleas y reconciliaciones; es decir, en el que hay futuro en estado sólido.

Yo, entretanto, quería bramar con todas las fuerzas de la testosterona que burbujeaba en las vecindades de los ojos. Y no era para menos: ella, ese imperio de carne y sensualidad, venía a toda vela a mi encuentro sin temerle a la mirada rencorosa de mi esposa, a los susurros que hacían ondular su minúscula falda, ni a su pareja. Nada la detenía. Parecía que sólo la impulsaba el deseo de poseerme en un frenesí de sudor y flujos seminales. El cerebro para este momento había apagado todas sus funciones cognoscentes y sólo operaba en modo emergencia. Simultáneamente la especie humana, la bendita especie humana, pedía desde las cumbres metafísicas que hiciera posible su perpetuación. Quizás, me digo en el instante que escribo estas palabras, es el único momento en el que el acto y la potencia son uno y la misma cosa: la perpetuación de la especie (que sólo existe en potencia) se cumple en el ejercicio sexual (que sólo se consuma en acto)… en fin. Concomitante con el llamado de la especie, pero desde los abismos de la animalidad, rugía el instinto sexual: toda la fuerza de la naturaleza se acumulaba en una región que demandaba toda la sangre posible, abandonando, de esa manera, al pobre cerebro a la deriva de su suerte (que era poca).

Ella seguía acortando la infinita distancia que nos separaba. Marjorie la miraba con los ojos inyectados de sangre, en tanto arrugaba la servilleta para retener el alarido que ahogaría el fandango con la eficiencia de un cañonazo. Seguía acercándose y mi mujer continuaba poniéndose rígida y le vibraban los maseteros y el músculo orbicular. La respiración se había transformado en una especie de sortilegio que pretendía convocar un rayo que la reduciría a un cúmulo de ceniza y rescoldos que ella pisotearía a su antojo.

Me levanté cuando le faltaban dos centímetros para llegar a la mesa. Las piernas sólo se sostenían por el ímpetu de la reproducción. Cuando estaba frente a mí dijo en un susurro leve, manso como el silencio que se filtra entre los versos, tierno como la sonrisa de una mujer, Hola. Hola respondí al tiempo que ella continuaba su marcha hasta llegar a la mesa que estaba detrás de mí y abrazar a un hombre corpulento. La sangre se redistribuyó instantáneamente por todos los órganos y extremidades hasta llegar al cerebro (quien dos segundos antes me avisó, a pesar de su avanzado grado de invalidez, que había hecho el ridículo). Sentía que todos me observaban, pero mi esposa era la única que me lanzaba una mirada que helaba la sangre. ¡Idiota!, señaló con rabia. Luego se hundió en una región perdida en las nebulosidades de la indignación. Yo sabía que era lo último que le escucharía esa noche (y quizás el resto de semana). Mañana, o el próximo mes, dependiendo de su humor, cuando vuelva a hacer uso de la palabra, se referirá a ella como “la zorra del centro comercial” (acentuando las comillas con voz temblorosa) y me recordará este episodio hasta el final de mis días para hacerme pagar, de esa manera, la osadía de haberle mostrado, así sea por un par de segundos, la posibilidad de que ese futuro sólido se puede derretir y escurrirse por la rendija de la primera mujer que atraviesa el cuarto piso de un centro comercial.

2 comentarios

Archivado bajo amor, anécdota, anécdotas, desplome de los años, evocaciones, humor, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, sexo, traición, venganza

Enlaces

Cuando tejes parece que sólo te importara el movimiento de las manos, la puntada que se desprende de las agujas, el empalme de las hebras que emergen del ovillo. Te pierdes en la maniobra hasta arribar a terrenos en los que no puede entrar mi curiosidad y luego, en un galope tenue, regresas intangible, como si tú y tus manos fueran humo de un incendio lejano. Luego me contemplas con curiosidad o miras el televisor que enciendes para que te acompañe en la larga travesía, y retornas, poco después, al imperio de agujas y hebras anudándose, retorciéndose, desentrañando la silueta que va naciendo enredada de tus más olvidados recuerdos.

En la leve ondulación del tejido encuentro razones que no hallé en los fangales de la especulación: creí que te conocía, que sabía quién eras, pero mis ojos no veían el dolor que evades hilando, la angustia que estrangulas en cada giro ni la zozobra que se transforma en prolongados silencios. He aprendido, por tanto, a maravillarme con el jugueteo de las agujas, el dulce traqueteo de sus embates, sus breves escaramuzas y el hermoso milagro de ser testigo del instante en el que te hundes en el semántico murmullo del temor…

2 comentarios

Archivado bajo amor, desplome de los años, evocaciones, mujeres, narraciones, personal, reflexiones, saudade

1097 días (732 de Unión Libre)

Primero fue la divergencia de ciudades quien nos obligó a amarnos a cuentagotas, desbaratando la distancia (aquella línea que distribuye kilómetros y caricias), desordenando las horas que se acumularon hasta imponer su pesadez de sombra sobre las noches que anunciaban el desvelo de la despedida, sobre las conversaciones que pregonaban la esperanza del reencuentro.

Después fue el viaje que se hizo definitivo, y con quien vinieron los aguijones de la convivencia que almacena pretextos para reñir, que rasguña el humor, la cotidianidad que acomoda papeles en cajones, que recoge la ropa arrugada en canastas, que transforma el destino montaraz en un presente de camisas planchadas e hipotecas a quince años. Fue una buena decisión, me digo en las mañanas en las que encuentro el amor alineado con las estrellas y en las auroras de sábanas arrugadas por el amor de la media noche, por el jugueteo crepuscular, por los besos que me ofreces poco antes que te lances a ese mar de mujeres y hombres que crecen en la espuma del temor.

Pero cuando estás arisca, cuando los problemas te ponen agresiva o cuando hay dudas o celos, me digo que fue mala idea, que es hora de acuchillar las manos que te tocan y enterrar los versos que quieren robarte una sonrisa. Son días en los que te encierras en un silencio de abismo, en los que tu cuerpo se hace extraño, como si fuera de piedra o ceniza, días en los que las frases hieren con sus filos. Llego a la misma conclusión cuando me corroen los celos, cuando me abruma esta melancolía que se desborda llevándose los recuerdos por las grietas de la brisa, que abate árboles que caen sobre el pasado, que se arremolina en las esquinas del olvido. Me transformo, en ese momento, en un huracán de blasfemias y gritos que amenaza señalando la puerta, como si fuera el dedo de Dios o los renglones del Destino (que ingenuidad suponer que tengo el poder de decidir sobre tu vida o la mía). Luego me tranquilizo, disminuyo de tamaño como el Chapulín Colorado después de tomar pastillas de chiquitolina y me escurro por los ojales de la vergüenza. Tú, aprovechando el repliegue, enumeras los errores que he cometido (los reales, los que aún no han ingresado a esa categoría y los que cometeré en el futuro), sabiendo que ese es el preludio del perdón, del arrumaco de las tres de la mañana, cuando piensas que estoy durmiendo, siendo, en realidad, que finjo el sueño para que te acerques lentamente, como las tinieblas que emergen de todos los rincones, me acaricies la barba, la frente lustrosa y te diga, entre las telarañas del sopor, perdóname, logrando, de esa manera, que el tiempo se encorve hasta llegar a aquella noche en la que te besé el dorso de la mano, en la que me miraste como si hubiera descendido de un platillo volador, y seamos, nuevamente, una pareja acomodándose a los vaivenes del azar, a los caprichos de la vida, una dupla que gana en los complicados cálculos del amor gracias a que la sumatoria de sus actos es mayor a cada acción y a la suma de los circunstancias de cada uno. Al siguiente día bajo a la cocina para hacer el tinto y despedirte con una bendición y un pico apresurado, mientras llega la certeza que la vida es más que el dinero con el que sobornamos la felicidad, más que el futuro con televisores de cuarenta y dos pulgadas, más que las deudas que se emboscan en las promesas de la tarjeta de crédito y muchísimo más que títulos o trofeos. Doy media vuelta, cierro la puerta y subo a dormir entre las cobijas que custodian las incertidumbres de la noche, entre el perfume que te persigue por la casa y las camisas que se mecen por el empuje del rayo de sol que penetra por la rendija que la alborada abrió en la unión de las cortinas…

2 comentarios

Archivado bajo amor, desamor, desplome de los años, evocaciones, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade

Poema horizontal (1)

(Fuente de la Imagen)

Te forcejeo en pasillos donde se apuestan las tinieblas a un golpe de cartas, te debato en cada nombre, en cada recodo del pasado, en cada asedio del presente, en cada mañana en la que debemos separamos con delicadeza de cicatriz, en cada atardecer en el que deseo que seas etérea como las princesas cuando se desmigajan sobre los cuentos de hadas, en el mismo atardecer en el que te dibujo con trazos vacilantes, dudando, avanzando, retrocediendo, borrando (“así no es su melena”, “es más curvas su cadera”, “a esa sonrisa le faltan filos”), hasta quedar solo por todos los costados, sin norte ni sur, con tu imagen alumbrando el camino que lleva hasta la piel que espera mansamente, hasta tu acento de río enfurecido, hasta las noches en las que nos amamos, al borde mismo de la esperanza, sin culpas ni testigo, solos como las palabras que nacen de este silencio que se transforma en zozobra, en dolor, en prosa o en poema…

4 comentarios

Archivado bajo amor, desplome de los años, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, poema horizontal, saudade

730 días (365 de Unión Libre)

(Fuente de la Imagen)

Has perdido la esperanza, después de dos años de conocernos, que yo coma lentamente, como las personas decentes, que cuelgue la ropa en vez de lanzarla a un rincón para que se arrugue, se ensucie, se aje como un papel viejo, que tenga una vida convencional, que estudie matemáticas en lugar de leer, de sentarme a escribir, de perderme en los meandros de la red, que no ronque como una locomotora, que no me comporte como un niño cuando me enfermo o cuando quiero llamar la atención. No es un secreto, por otro lado, que en el mismo periodo me he transformado en un hombre que pierde cabello y dinero con una facilidad pasmosa, que convive con las brumas de la melancolía, que se enferma a la menor provocación y que olvida sus promesas. Es asombroso, por lo tanto, que brillen tus ojos cuando te beso a las seis de la mañana o en las tardes en las que te recibo con una sonrisa torcida, chueca, que sugiere subir las escaleras rápidamente, encerrarnos para querernos entre jadeos encadenados, con posiciones oblicuas que buscan evadir el asedio de chirridos desalentadores (también es maravilloso que sigas creyendo que el futuro nos sorprenderá juntos, a pesar que sabes que mi suerte es juguetona, muchas veces turbia, que mi destino gusta de recovecos y bravatas, que la vida me lleva y trae sin que yo oponga resistencia). Tanta ternura, me digo frente a este panorama, que cabe en tu corazón y yo recompensándolo con este amor ocioso que te nombra con las mismas palabras con las que enseño Integrales o con las que hago reclamos airados, ese sentimiento que retribuyo con la cordialidad de estas manos que no aprendieron a recortar ni a dibujar, con estos dedos que martillean teclados, con estas caricias que se atropellan cuando la sangre emigra hacia regiones australes. Es una suerte, en consecuencia, que el amor arrincone la razón, que ignore desigualdades, que no le importe que ames caribeñamente (es decir, que te enamores hasta la médula de los huesos) mientras yo te ame a la andina (esto es, como las palomas y los gatos), que continúe creciendo a la sombra de las conversaciones de las nueve de la noche o de las rascaditas de espalda, que margine los números, que desdeñe las cifras, que no le importe que acumulemos dos años bajo sus alas ya que para él, para el desorientado amor, sólo ha pasado un segundo desde el instante en el que te di aquel tembloroso beso que te llevó a los callejones de la curiosidad…

2 comentarios

Archivado bajo amor, desplome de los años, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade, sexo

No existe mejor lugar para amarse…

(Fuente de la Imagen)

que aquella bahía donde construyes castillos de arena y viento en los que soy un príncipe de exaltados sentimientos, de formas elegantes y palabras perfectas; no hay, asimismo, mejor puerto que tu carcajada caribeña, en la que soy un hombre musculoso, de incontables experiencias amorosas, donde mi piel es oscura como mi voz y mis ojos son claros como el cielo que abraza el mar; no existe, dices con voz enamorada, mejor noche que la que nace de las tinieblas de mis manos, cuando transitan tu silencio de pétalo, cuando acarician aquel cuenco diseñado para fabricar hijos y orgasmos y del que me marginas cuando te hiero con mi elocuencia de verdugo, con el metal de mi indiferencia o, con mayor frecuencia, con el filo de mis celos. No hay, en suma, mi niña hermosa, mejor lugar para amarse que aquel cuarto donde hablamos a media voz para no molestar a la familia, donde diseñamos futuros con mellizos y deudas a veinte años, donde inventamos caricias que no hagan gruñir las tablas, que no sacudan las sombras que la noche ha lanzado bajo la cama, donde improvisamos versos que se pierden en las praderas de tus muslos o en la manigua de mi barba, alcoba en la que huimos del tiempo y sus arrugas, del capitalismo y sus deudas, de las mujeres que me miran y de los hombres que te desean, de las grietas del invierno, de los surcos de la melancolía, de las miradas fiscalizadoras y de la incertidumbre que nos arroja a los abismo de este presente obstinado y ciego en el que nos amamos sin respeto por los prejuicios ni remordimiento por las consecuencias…

Deja un comentario

Archivado bajo amor, desplome de los años, evocaciones, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade, sexo

Cinco días atrás fui, gracias a tu tentativa de divorcio

(Fuente de la Imagen)

el soltero que solía ser: aquel que deambula por la Plaza Ché con la esperanza que la corriente del tiempo le ceda interlocutores ocasionales o aquel que se solaza calculando las posibilidades de enamorarse de la jovencita que, invariablemente, le lanza sonrisas homogéneas desde el otro costado de la cafetería (contemplaba, como puedes ver, los viejos horizontes de la holgazanería, las antiguas grietas de la desocupación). Pero al atardecer, cuando la llovizna devino en penumbra y tu voz no me había tocado, descubrí que sería agobiante la vida sin ti: camisas y sábanas arrugadas, medias agujereadas, tardes inciertas, amores con fecha de vencimiento, momentos de algarabía en los que sentiría la ráfaga de una gripe indomable, acaso de una fiebre pujante y, detrás de ella, el delirio de tu nombre, el desorden de tu recuerdo… esta conclusión sumó, para provecho mutuo, una nueva dimensión a este amor multitudinario, a esta ternura de rejas y aguijones: tus dedos peregrinando por mi nuca no caminarán, en adelante, por la delgada línea del tiempo ni por la dudosa tridimensionalidad del espacio sino que medirán, adicionalmente, la extensión de tu posible ausencia, el filo de tu potencial exilio (así como tus besos ya no son aquella expresión habitual de afecto sino que pasan a ser el áncora que evita que me extravíe en los abismos del olvido, en las profundidades del desconcierto)…

Deja un comentario

Archivado bajo amor, desamor, desplome de los años, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade

Existen alboradas en las que es fácil…

(Fuente de la Imagen)

decir Te Amo; mañanas en las que quisiera salir de la casa, con las babuchas de garras, a deambular por calles y avenidas, a escandalizar peatones, hasta llegar a tu trabajo, subir las escaleras con la pijama que tenía cuando me besaste a las siete de la mañana y decir Te Amo, como el que lanza un sortilegio contra el desamor; pero, antes de abrir la puerta, algo me detiene, una fuerza intensa, como la potencia que impulsa a las flores a brotar entre las grietas de los andenes. Entonces continúo la lectura de la novela que me espera en la mesa de noche, busco trabajo por internet o, quizás, me hundo en las ciénagas del sueño. Arremete, entre tanto, una suerte de descarrío, de incertidumbre, que me instiga a abandonar cualquier tarea, a rasguñar tu nombre en las paredes descascaradas o a delinear tu contorno con una rama seca; pero, una vez más, gana la sensatez y entiendo que el hombre es cobarde, que es incapaz de contemplar el amor, de arañar tapias, de trazar siluetas sobre la piel de la tierra. Quedan, por tanto, las frases revoloteando en las comisuras del silencio hasta que llegas con tus fatigas, con la nómina que no ajusta, con las compañeras imprudentes y, lo que en la mañana parecía fácil, empieza a intrincarse en tu acento, en las palabras que calman tu cansancio al punto que declararte mi amor se muestra incapaz de pagar deudas y ajustar cifras; me quedo, en consecuencia, con el deseo de decirte que el amor que sentí por ti, a las diez de la mañana, entre las sombras de los geranios, sentado en el comedor, frente al computador, me hizo olvidar los convencionalismos, las calles y las necesidades que la vida ordena en línea recta y me invitó, como se invita a un amigo o a un hermano, a vagabundear por la avenidas, como un demente, con los cabellos revueltos, hasta hallar tu oficina y subir a decirte, con voz alucinada, con tufo de oscuridad, que no puedo vivir sin ti, que no existe momento en el que tu nombre no atraiga ternura a mis labios, en el que no te ame con cada fibra de mi corazón; pero, en lugar de confesarte mis desvaríos, sonrío en la penumbra del televisor o en las tinieblas de la noche con la certeza que es más efectivo aquel beso que te imprimo antes de dormirte, rascarte la espalda o enredarte el cabello que decirte, entre las caras asombradas de tus compañeros o entre peatones alarmados, que Te Amo…

6 comentarios

Archivado bajo amor, desplome de los años, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade

Son difusas las mañanas…

(Fuente de la Imagen)

en las que me acuesto solo, en mi mitad de la cama, a contemplar el aburrimiento jugueteando con las sombras hasta que el sueño me lleva a casonas abandonadas, laberínticas, en las que camino alumbrado por tu nombre, en busca de puertas desvencijadas, de ventanas oxidadas que me conducen a pastizales por los que troto nerviosamente hasta llegar a tus brazos, sin que seas tú quien abraza ni sea yo quien llega corriendo, sino que son otros quienes se aman con nuestra pasión, con nuestro desenfreno (acaso -no lo sabemos, no lo podríamos saber-, sean la Mujer y el Hombre en mayúsculas los que se aman en mis sueños, los que nos representan o, como diría Platón, a quienes encarnamos mediocremente, de quienes somos una tímida sombra). El caso es, mi vida, que me despierto con los pies agotados de trepar los andamios de las flores, con las manos sudorosas de galopar bajo la canícula y con el irreprimible deseo de aferrarme a los dobladillos de tu ternura, a la mansedumbre del hombro en el que descansan mis complejos y temores, a tu respiración rastrillante, a la continuidad de las conversaciones que ponen carcajadas a tu cansancio y a los besos que corroen mi fatigosa melancolía.

2 comentarios

Archivado bajo amor, desplome de los años, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade

Ceremonial

(Fuente de la Imagen)

Todo inicia con la aceleración en la cadencia de tu respiración, el susurro de pensamientos que la noche fue lanzando al naufragio de sueños y con el incipiente rayo de luz que abate las crestas de polvo. Suena, cuando todo está en su lugar, la alarma del despertador; el trepidar te trae de aquel planeta donde también duermes conmigo, en el que continuamos amándonos pero no somos nosotros (tus manos son otras y otro, quizás, es tu acento; yo soy más alto o más bajo y mi voz suena a golondrinas o a murmullo de mar enamorado). Apagas el campaneo, das media vuelta para medir la profundidad de mi sueño con tus labios y tus manos; te respondo con palabras balbuceantes, enlodadas, venidas de las catacumbas del sopor. Me besas los ojos para quitarles las telarañas y el chillido de los murciélagos. Déjame dormir otro poquito, te pido con voz de niño malcriado. Me entierras un beso en la frente o en la mejilla. Abro los ojos, me remuevo entre las cobijas para sacudir las algas o la arena (porque en mis sueños soy la sombra que te sigue en la playa o el agua que se enredan en tu sonrisa), lanzo un “Buenos Días” que se estrella contra la penumbra, te beso los labios que aún saben a humo o melancolía y me enfrento al hecho que es noviembre, que las obligaciones te esperan en la otra orilla de un desierto de hombres temerosos y muchachas que crecen entre la espuma de los gritos, que tengo parcial de Teoría de Cuerpos, que no hay dinero para sobornar la felicidad y que tampoco hay trabajo para conseguirlo. Un burbujeo taladra mi estómago (me cae pesada tanta realidad en ayunas) al tiempo que suena el agua golpeando tu cuerpo; inicio, en ese instante, el retorno a las cavernas del letargo de las que saldré cuando me arrojes la toalla o alguna almohada que la oscuridad tiró bajo la cama…

1 comentario

Archivado bajo amor, desplome de los años, evocaciones, General, Marjorie, mujeres, narraciones, personal, saudade