Archivo mensual: diciembre 2008

Dos de enero

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(Fuente de la imagen)

Existen dos días que descuellan de sus homólogos por su densidad: el primero y el último de cada año. El primero se caracteriza por la modorra ocasionada por el abuso de trago y de comida y el segundo se distingue por el aletargamiento. Los dos almacenan en sus bóvedas la melancolía engendrada por exceso de optimismo o por falta de confianza. En ellos los minutos se espesan hasta congelar las horas y la ausencia de amores y/o amigos magulla el alma. El viento suspende su éxodo y las estrellas esconden su fulgor en las espaldas de las nubes. Son, sin duda, los días más largos del año.

Lo anterior no obsta para que mañana, a media noche, sacudamos los pañuelos para despedir el año que se hundirá en el naufragio de evocaciones a la vez que saludaremos el año en el que pensamos –quizás a causa del exceso de alcohol – que hallaremos la mujer tallada en la roca de la soledad o acaso el empleo que, de tanto soñarlo, está desteñido y arrugado. Después nos sentaremos a repasar los instantes de felicidad que centellearon en la monotonía y, acto seguido, despediremos los momentos de tristeza que labraron una cicatriz en el alma. Luego, cuando confirmemos que el arqueo de sonrisas y lágrimas suma cero, levantaremos la copa de aguardiente para saludar el año de aristas mansas y bordes relucientes; empinaremos el codo teatralmente y sentiremos el brebaje rasguñar la garganta y encender los lugares comunes y las frases de cajón. A continuación, si la cantidad de alcohol es congruente con la euforia, narraremos las anécdotas del año abatido a la vez que nos entregamos a los excesos gastro-etílicos…

El dos de enero, sin embargo, el viento continúa su emigración, las estrellas brillan sin timidez y los minutos aceleran la marcha. El año, en ese instante, exhibe su mejor sonrisa y la noche susurra los mejores versos. Este día los amores imposibles se tornan alcanzables y los sueños más remisos se transforman en mansos objetivos. Todos los esfuerzos convergen a la felicidad y los ausentes vuelven de tierras extranjeras a abrazarnos. El odio no toca ningún corazón y la esperanza es el lenguaje universal. El hambre y las enfermedades son espectros de un pasado enterrado en el olvido y la cordialidad es el único decreto…

A todos aquellos que han tenido la paciencia-y la decencia- de leerme, a mis amigos de toda la vida, a mis compañeros de universidad –Nacional y Distrital-, a mis familiares, a mi novia y a todo aquel que me conoce les deseo que todos los días del 2009 sean dos de enero.

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Sobre contratos y noviazgos

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Imagine que usted se encuentra con un señor en una cafetería. Este individuo se sienta en su mesa, le dice que se llama Manuel, le habla de la empresa que dirige y de la vacante que necesita ocupar. Después de una larga conversación usted acepta la solicitud de tomar el empleo. El señor le da la mano y le dice que no es necesario firmas papeles ni hacer contratos. Al poco tiempo, viajando en un bus, su compañero de puesto le ofrece un cargo mejor remunerado y con mayores expectativas que las ofrecidas días atrás. Usted lo acepta a pesar de saber que su decisión le traerá inconvenientes a Manuel.

Imagine ahora que está sentado en la misma cafetería. Minutos después una muchacha rubia, con ojos cafés, curvas convergentes y turgencias pronunciadas se sienta a su mesa y le dice que se llama Manuela. Después de una breve charla se besan y días después de ennovian. Un viernes usted va en una buseta hacia la universidad y la muchacha de la silla del lado inquiere por la ruta de la buseta. Después de una charla protocolaria se entera que la joven estudia en el mismo lugar. En la universidad, luego de una charla frente a un tinto amargo, se besan y días después deja a Manuela por ella.

En los dos casos no hay un contrato que obligue permanecer en la empresa o un acuerdo que exija la fidelidad. En las dos historias no hay, por tanto, exigencias ni reclamos puesto que no hay convenios; existe, simplemente, el acuerdo tácito de fidelidad de los suscritos.

Eso es el noviazgo: un acuerdo tácito de fidelidad y otras adendas. El problema radica en que, dado que no hay acuerdo ni contrato, cada una de las partes presupone los elementos del acuerdo. Una de las partes, por ejemplo, supone que la llamada diaria es vinculante en tanto que el otro presume que la otra parte debe estar disponible todos los viernes. Me extraña, por ello, que un vínculo tan débil y asimétrico, como lo es el noviazgo, duren más de un mes y que sus integrantes sean felices

Lo anterior lo digo por conocimiento de causa: he tenido noviazgos en los que mi novia y yo teníamos concepciones divergentes acerca de los derechos y deberes de la relación. Lo anterior no quiere decir que no he tenido malas relaciones: el noviazgo actual, por ejemplo, llega mañana a su primer año. ¿Cómo, me pregunto en esta tarde gris, pueden durar tanto dos personas que no han establecido ningún lineamiento? Quizás esa sea la razón: no nos hemos enredado en penosas elaboraciones de compromisos y potestades. Simplemente nos vemos cuando el tiempo nos faculta para hacerlo, nos llamamos algunas veces en la semana y no nos acostamos ni nos besamos con otra persona. Lo demás, en nuestro criterio, son tonterías que conducirían la relación a las cavernas del infortunio…

Aprovecho para desearles a todos ustedes una navidad al lado de los seres queridos y para agradecerle a Luz Amparo los 366 días de felicidad que me ha obsequiado y las 366 inolvidables noches que hemos pasado juntos.

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Camino al precipicio

precipicio(Fuente de la imagen)

La vida es un camino que va de lo natural a lo artificial. Los niños están más cerca de los impulsos y, por tanto, de lo instintivo. Después los atornillan al colegio para que modere sus actos. Al cabo de catorce años su comportamiento, aunque tosco, se aproxima más al ideal de conducta. Luego viene la universidad y a continuación la vida profesional. A estas alturas el niño que rasguñaba paredes y pateaba mesas se ha transformado, por vía de la educación y la sociedad, en un ser que coerciona sus instintos. ¿No creen que esto es artificial? Lo natural sería que el hombre, como animal que es, diera rienda suelta a sus instintos. El hombre está, sin embargo, inserto en un paranaturaleza que lo obliga a domar la animalidad. Acá viene el problema: por una parte la naturaleza le grita que sacie sus instintos y por el otro la paranaturaleza lo reprende por intentar hacerlo (o, incluso, por pensar saciarlos).

Antaño, por ejemplo, las borracheras terminaban en excesos incontrolables y ahora, con los mismos participantes, concluyen con borrachos entregados a la verborrea. Lo anterior quiere decir que la represión ha sido de tal naturaleza que aún bajo los efectos del alcohol –que es, entre otras cosas, un deshinibidor- somos más racionales, es decir, más artificiosos. Lo peor del asunto es que la coacción es tan común y tan fuerte que no somos conscientes de su dogal hasta que estamos en contacto con individuos que llevan poco tiempo bajo su influencia. Ellos, los niños y los adolescentes, nos hablan de los días en los que nos aventurábamos a decir lo que sentíamos, a inclinarnos por la vida contemplativa, a escribirle a la jovencita que nos arrugaba el corazón, a renegar de las madrugadas, a ofrecer la amistad sin medir su beneficio, a reírnos francamente, a darnos trompadas con los compañeros y después olvidarlo con un apretón de manos, a enamorarnos franca y desenfrenadamente…

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Premio al Esfuerzo

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Me gusta levantarme desayunar con chocolate tibio; luego bañarme con agua fría -y la música a todo volumen- y salir para que el sol me caliente lentamente. Este año, además de ese ritual, me senté a leer los comentarios que dejan en el blog para contestarlos. En las noches me encanta, asimismo, sentir el rumor de voces, escribir lo que ellas me dictan y publicarlas en el blog. Esta ha sido la rutina de los últimos diez meses. En los días en los que no puedo cumplirla siento como si estuviera incompleto, como si el sol no hubiera salido de su cajón o la brisa se hubiera quedado guardada en alguna gruta. Trabajar en el blog no es, por tanto, un sacrificio sino un galardón.

Pues bien, el 27 de noviembre Quime me distinguió, para mi asombro, con el Premio al Esfuerzo. Al verlo pensaba en qué podría entenderse por Esfuerzo. Supuse, inicialmente, que el volumen de post y la extensión de los mismos podrían señalar la dedicación que he puesto en este blog. Al reflexionar un instante tuve que aceptar que el caudal de palabras obedece más a la desocupación que al esfuerzo (no es por nada pero soy un verdadero Ocioso). Después pensé que la variedad de temas hablaría del trabajo del blog. Al releer aleatoriamente los escritos me di cuenta que, salvo variantes, casi todos los post tratan del amor. Al borde de la decepción entendí que el premio me era otorgado gracias a que no he abandonado un proyecto a pesar de los parciales, los ensayos y el trabajo. Al llegar a esta conclusión le sonreí a la pantalla y agradecí a Quime el premiar mi desocupación, mi felicidad y, sobre todas las cosas, mi persistencia a disfrutar del extravagante oficio de escribir pendejadas.

El premio tiene, sin embargo, una condición interesante: darlo, a su vez, a otros siete blogueros o a siete blogs (como se quiera ver) por su esfuerzo y dedicación. Estos son mis nominados:

Nina Rancel por la sinceridad de sus escritos (eso, aunque no lo crean, requiere un esfuerzo enorme) y por no abandonar el blog. A Raúl Harper por su capacidad creativa y la admirable energía que lo impulsa a escudriñar en los márgenes de la literatura y de la blogosfera. Manuela Palermo por el compromiso con el castillo y con sus habitantes además de la acertada amalgama de dibujos y escritos (es demasiado complejo ajustar una imagen a un escrito o viceversa). Al señor Pedro por el trabajo en la redacción, el acierto en la elección de los temas y por su sentido del humor. Aunque ya le dieron el premio a la dulce Capitana la nomino de nuevo por la franqueza en los escritos, la calidad de ellos y, ¿cómo negarlo?, por la lealtad a este blog. A Irissheep por el trabajo en la escritura y la acertada elección de los temas musicales con los que cierra cada escrito. Turin por el titánico trabajo de escribir diariamente durante más de tres años.

Quedan, por supuesto, por fuera personas que merecen el premio. A todos los que no nombre en este lugar les pido, de antemano, mis más sinceras disculpas. A Quime agradecerle de nuevo su nominación y a los lectores por impulsarme a continuar (sin su presencie este blog hubiera desaparecido a las dos semanas).

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Autorretrato en doscientas cincuenta y cuatro palabras

Si existe algo me ha caracterizado en los veintinueve años que llevo sobre la tierra es la irresponsabilidad. Ahora, por ejemplo, en lugar de estar escribiendo un ensayo sobre el IGBC me siento en la sala a ver navegar el polvo sobre un rayo de sol. Este no es el único caso: en los días que preceden a los parciales duermo sin tregua hasta que el insomnio viene a compensar el exceso de letargo. Así vivo: haciendo lo que no debo hacer. Esta tarde iré, seguramente, a la universidad a comentar sobre las minucias de la reforma académica y sus implicaciones prácticas. Después iré a tomar Pony Malta a la Marsellesa (o como quiera que se llame la panadería que queda cerca a la universidad) y a continuar hablando aplazando el ensayo parea mañana.

Hablar desenfrenadamente es mi segunda peculiaridad. Soy capaz de dialogar por días sobre cualquier tema (especialmente sobre temas que desconozco). Quienes me conocen saben que parloteo incansablemente. Creo que escribir es, en mi caso, una extensión de las conversaciones. Hay casos en los que los temas quedan dando vueltas en la cabeza durante semanas. Cuando los tengo atrapados me siento redactar la respuesta que hubiera querido dar en la coyuntura del debate.

La última singularidad que me define es la serenidad. Pocas veces las adversidades turban mi tranquilidad. He llegado a pensar que gracias a esta imperturbabilidad soy un irresponsable eficiente: si no me afectan las consecuencias puedo evadirlas cómodamente. Esta característica es, curiosamente, la que más resaltan los demás…

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Cuando secuestremos la noche

noche2(Fuente de  la imagen)

Quizás llegó el momento de publicar tu nombre con todas sus letras y con todas sus omisiones; quizás llego la hora de amansar vientos y cabalgar recuerdos; o talvez llegó el instante de decir las cosas sin ataduras ni freno… o quizás no.

Mi amor nació a la sombra de una amistad que pretendía transformarse en pasión. Nunca me percaté de aquellas sonrisas ladeadas que encendían la alegría en las comisuras de mi alma o de aquellos versos que iluminaban tu mirada y que fueron abriendo la zanja por la que, años después, correría nuestro amor. Tampoco sé si te diste cuenta que la pomposidad de mis discursos aspiraba robarte la admiración o que las miradas más lustrosas siempre hallaban el camino de tus ojos (aquellos ojos que, como dice el trío Los Embajadores, tienen la dulce mirada que enamora). El caso es que una tarde la pasión desbordó los límites de la prudencia y se transformó en manifiesto amor. No te lo dije, sólo lo guardé en las entrañas de mi soledad hasta que llegó la oportuna noche en la que te hablé de todos los ribetes y todas las hondonadas de mi amor…

La noche anterior, al ver tu nombre esperar en el buzón del correo, evoque el sabor amargo que la brisa sembró en mis noches y la esquiva reparación que sobrevino a esta. Resucité, asimismo, la dulzura que sembraste en las semanas que tu nombre saludaba los amaneceres y despedía los ocasos y las bendiciones que trajiste a mis plomizos días. Al concluir el balance anhele persuadir al tiempo para que doblara su espalda y así poder tener entre mis dedos aquellos rizos que desafiaban (y quizás aún retan) cepillos y secadores; volver a ser dueño de aquella mirada que apaciguaba la efervescencia de la perfidia y de aquellas manos que transitaban la geografía de mi piel…

Pero el tiempo no se dobla, ni los recuerdos reverdecen lo suficiente para forjar con ellos la misma historia. Podemos mi dulce princesa, por tanto, reparar la amistad que quedó maltrecha en el trasteo de sentimientos; confeccionar una novela con diálogos almidonados, personajes etéreos y amores atropellados; escondernos en los pliegues del anonimato hasta hacernos invisibles; o podemos secuestrar la noche y abandonarla en cada suspiro…

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Leitmotiv

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(Fuente de la imagen)

… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello. Palpas con tu lengua los meandros de mi boca. Salgo de ti al tiempo que el cálido relente de tus entrañas despide el ariete que sacudió las murallas y abatió los imperios de tu intimidad. Giras hasta quedar sobre el hombro derecho. Jadeas imperceptiblemente. Me recuesto boca arriba a mirar la geografía del techo. Siento el impulso de fumar pero recuerdo que abandoné el vicio años atrás…

Minutos después extiendes tu brazo izquierdo para alcanzar la pierna derecha. La recorres desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Un cosquilleo lejano susurra desde el fondo de tus yemas. Le sonrío al dosel. Recorro, en respuesta a tu incursión, tu espalda con la palma de mi mano. Te pliegas ante el avance de mi mano hacia regiones meridionales. Succiono tu cuello al tiempo que mis dedos franquean los húmedos pliegues de tu intimidad. La respiración aumenta su ritmo vertiginosamente. La cepa viril inicia su viaje hacia las alturas al tiempo que tus dedos tantean su rigidez. Introduzco el dedo índice en el cuello del ardor hasta hacerte vibrar. Lo muevo cadenciosamente. Correspondes con un beso la adecuada excursión táctil. Giras hasta quedar decúbito supino. Abres las piernas para que me encaje en el resquicio. Me acomodo para penetrarte. Acomodo el ariete para que allane la pastosa oquedad. Gimes al tiempo que la viga penetra el cálido relente…

… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello. Palpas con tu lengua los meandros de mi boca. Salgo de ti al tiempo que el cálido relente de tus entrañas despide el ariete que sacudió las murallas y abatió los imperios de tu intimidad. Giras hasta quedar sobre el hombro derecho. Jadeas imperceptiblemente. Me recuesto boca arriba a mirar la geografía del techo. Siento el impulso de fumar pero recuerdo que abandoné el vicio años atrás…

Minutos después extiendes tu brazo izquierdo para alcanzar la pierna derecha. La recorres desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Un cosquilleo lejano susurra desde el fondo de tus yemas. Le sonrío al dosel. Recorro, en respuesta a tu incursión, tu espalda con la palma de mi mano. Te pliegas ante el avance de mi mano hacia regiones meridionales. Succiono tu cuello al tiempo que mis dedos franquean los húmedos pliegues de tu intimidad. La respiración aumenta su ritmo vertiginosamente. La cepa viril inicia su viaje hacia las alturas al tiempo que tus dedos tantean su rigidez. Introduzco el dedo índice en el cuello del amor hasta hacerte vibrar. Lo muevo cadenciosamente. Correspondes con un beso la adecuada excursión táctil. Giras hasta quedar decúbito supino. Abres las piernas para que me encaje en el resquicio. Me acomodo para penetrarte. Acomodo el ariete para que allane la pastosa oquedad. Gimes al tiempo que la viga penetra el cálido relente…

… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello. Palpas con tu lengua los meandros de mi boca. Salgo de ti al tiempo que el cálido relente de tus entrañas despide el ariete que sacudió las murallas y abatió los imperios de tu intimidad. Giras hasta quedar sobre el hombro derecho. Jadeas imperceptiblemente. Me recuesto boca arriba a mirar la geografía del techo. Siento el impulso de fumar pero recuerdo que abandoné el vicio años atrás…

Minutos después extiendes tu brazo izquierdo para alcanzar la pierna derecha. La recorres desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Un cosquilleo lejano susurra desde el fondo de tus yemas. Le sonrío al dosel. Recorro, en respuesta a tu incursión, tu espalda con la palma de mi mano. Te pliegas ante el avance de mi mano hacia regiones meridionales. Succiono tu cuello al tiempo que mis dedos franquean los húmedos pliegues de tu intimidad. La respiración aumenta su ritmo vertiginosamente. La cepa viril inicia su viaje hacia las alturas al tiempo que tus dedos tantean su rigidez. Introduzco el dedo índice en el cuello del amor hasta hacerte vibrar. Lo muevo cadenciosamente. Correspondes con un beso la adecuada excursión táctil. Giras hasta quedar decúbito supino. Abres las piernas para que me encaje en el resquicio. Me acomodo para penetrarte. Acomodo el ariete para que allane la pastosa oquedad. Gimes al tiempo que la viga penetra el cálido relente…

… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello. Palpas con tu lengua los meandros de mi boca. Salgo de ti al tiempo que el cálido relente de tus entrañas despide el ariete que sacudió las murallas y abatió los imperios de tu intimidad. Giras hasta quedar sobre el hombro derecho. Jadeas imperceptiblemente. Me recuesto boca arriba a mirar la geografía del techo. Siento el impulso de fumar pero recuerdo que abandoné el vicio años atrás…

Minutos después extiendes tu brazo izquierdo para alcanzar la pierna derecha. La recorres desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Un cosquilleo lejano susurra desde el fondo de tus yemas. Le sonrío al dosel. Recorro, en respuesta a tu incursión, tu espalda con la palma de mi mano. Te pliegas ante el avance de mi mano hacia regiones meridionales. Succiono tu cuello al tiempo que mis dedos franquean los húmedos pliegues de tu intimidad. La respiración aumenta su ritmo vertiginosamente. La cepa viril inicia su viaje hacia las alturas al tiempo que tus dedos tantean su rigidez. Introduzco el dedo índice en el cuello del amor hasta hacerte vibrar. Lo muevo cadenciosamente. Correspondes con un beso la adecuada excursión táctil. Giras hasta quedar decúbito supino. Abres las piernas para que me encaje en el resquicio. Me acomodo para penetrarte. Acomodo el ariete para que allane la pastosa oquedad. Gimes al tiempo que la viga penetra el cálido relente…

… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello…

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Saudade

saudade

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Saudade: lembrança triste e suave de pessoas ou coisas distantes ou extintas, acompanhada do desejo de as tornar a ver ou a possuir;
pesar pela ausência de alguém que nos é querido

Esta noche mis dedos marcaron apresuradamente el teléfono de tu casa. Confieso que el corazón aceleró su marcha cuando imaginé el aparato repiqueteando. Después del tercer timbre una voz cordial, acaso afectuosa, rompió la elipsis. Al preguntar por ti me dijo que surcabas las mansas aguas del sueño. Le agradecí y colgué la bocina.

Me quedó, en seguida,  un extraño rumor de sombras en la voz. Pensé, inicialmente, que se debía a la reclusión de conceptos y palabras en la que me tienen encarcelado los compromisos. Al mirar el computador que me esperaba con sus ojos palpitantes recordé que la responsabilidad no ha logrado rasguñarme en veintinueve años de existencia. Creí, posteriormente, que el murmullo era causado por el silencio en el que lentamente se hunde la ciudad. El gemido, largo e inclemente, de los perros que saludan la tristeza rectificó, por vía del contraejemplo, la hipótesis. Pensé, entonces, en el agobio de los años que se marchitan en cada latido del corazón. En ese instante el tiempo me sonrío desde el abismo de la eternidad. Me paré enredado en las telarañas de las reflexiones; me senté frente al computador y busqué tu perfil en Facebook. Mire, una a una, tus fotografías hasta sentir el pasado apiñándose en la respiración; leí los comentarios (me abstuve de unirme al concierto de notas y apostillas); justo en ese momento entendí que el murmullo era producto de la abstinencia de aquella voz que encrespa soledades y de aquella ternura que ilumina auroras.

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En los dominios de la decadencia

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(Fuente de la imagen)

Tu cuerpo incita a la oficiosa mano y al inquisitivo ojo a recorrer la geografía de tu piel y tu estimulante mirada enreda las calmadas aguas de la soledad. Lo peor de todo es que, además de conocer el filo de tus hondonadas, el brillo de tus cúspides y la ponzoña de tus ojos, eres capaz de enturbiar el discernimiento más equilibrado y de encender la roca húmeda.

Te conocí bajo el plomizo cielo de noviembre. Tus palabras mimaban la tarde con tu entonación de niña malcriada al tiempo que tus manos acentuaban las emociones con movimientos milimétricamente calculados. Yo, entretanto, hablaba con las letras rebotando en la lengua y la mirada paseándose por las palpitantes colinas.

Meses después nos encontramos en un atardecer huérfano de melancolía. Este es tu día de suerte, dijiste entre sonrisas etílicas y caricias mecanizadas. Este es mi día de suerte, repetí con la sonrisa ladeada que acostumbro calzar en las noches sin luna. Camine hacia el hostal con la traición acuchillando la respiración…

Al concluir la tercera escaramuza entendí que tu cuerpo promete paraísos que tu egoísmo es incapaz de sostener: bajo los arcos de perfecta convergencia y las apetitosas turgencias habita un alma que, además de estar sostenida por empolvadas telarañas, se hunde en monólogos cancerosos que envenenan. Al llegar a esta conclusión esperé que el sueño te hundiera en sus aguas cenagosas para huir del corrosivo imperio de tu vanidad…

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De vez en cuando la vida (Joan Manuel Serrat)

Hay días en los que la vida se levanta con la mirada fría y el cuerpo gris; camina lentamente y está malhumorada. En estos períodos debemos escuchar sus consejos y aguardar que la brisa atice la hoguera de sus ojos. En otras ocasiones, por el contrario, se levanta sonriente y pasea por la casa con collares de flores y ojos de algodón. En ese momento debemos danzar con ella, cantar todas las mañanas y enamorarnos todos los atardeceres…

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