(Cortesía SoHo)
A Rita Bendek
El tiempo que encorva espaldas y marchita magnolias se detiene en el vano de las pestañas, justo antes que irrumpa el tropel de centellas proveniente de una ventana o de algún portón vecino; el mechón que proyecta un amago de sombra sobre el pómulo derecho; la perfecta nariz que no respira, que aguarda la eternidad montada sobre los labios que no se deciden a sonreír; las clavículas en las que juguetea un rayo de luz, en las que se esconden las tinieblas; el hombro que se hunde en las sombras y su gemelo que resplandece bajo una guedeja rebelde; las redomas de porcelana, damajuanas de cerámica, balanzas y lustrosos estantes de boticarios decimonónicos, de extraviados alquimistas…
Estamos, en el instante que la inmortalidad pastorea en las ondulaciones de tu cabello, solos, libres de congojas y compromisos; sin las horas husmeando, clavando sus dientes en las sienes o en el hígado; solos, repito, sin los amores reales, los de carne y hueso, los que encumbran, los que amordazan; sin los días en los que estás guardada entre imágenes robadas a la red, días en los que estoy pensando en las deudas, en la oportunidad de trabajo que nunca llega; sin los obstáculos de la realidad, de la terca realidad que me obliga a ser el observador, el que calcula tu mirada al otro lado de la pantalla, la misma realidad que prohíbe que nos encontremos en callejones oscuros, la que impide que mi nombre cruce el umbral de tus labios o que tu mano acaricie el empeine de mi respiración…