Hola
No sé si has tenido aquellos sueños que se enlazan con un territorio que es (o pretende ser) más profundo que ellos, más denso, si se me permite utilizar esa expresión, y del que se sale para emerger al espejismo que recorremos todas las noches. No sé si me explico.
El caso es que hace dos días estábamos en aquellas comarcas, en aquellos suburbios oníricos en los que te besaba apasionadamente, quizás con rabia, como si tu boca fuera pasto de mi amargura, alimento de mis frustraciones, te acariciaba con violencia, te arrancaba la ropa a jirones hasta que quedabas completamente desnuda. Luego intentaba penetrarte pero la campana del despertador me arrancaba de las hondonadas de tu cuerpo para lanzarme al sueño-sueño. En él, asimismo, te buscaba en callejones, entre miradas extraviadas, fragmentadas, de los coprotagonistas (aquellos que terminan siendo uno mismo) y de allí saltaba, irrespetando toda coherencia, toda forma de continuidad, a mi casa, lugar en el que te enviaba un correo para exhortarte a concluir lo que habíamos iniciado en las catacumbas de la entelequia. Aparecías poco después, por aquellos contubernios de las fantasía, por aquellas componendas del inconsciente, semidesnuda en la sala, a escasos milímetros de mí, enredada en miradas sugerentes, en torpes coqueteos que te transformaban en una adolescente libidinosa, viciosa de la carne, incontinente del amor. Empezábamos, como es natural en estos casos, a besarnos lentamente, sin afanes, sin temor a ser encontrados por tu marido o por mi esposa hasta que quedábamos desnudos, acezantes, sudorosos, cartilaginosos en medio de la concupiscencia que nos invitaba, una vez más, a hundirnos en las crapulencias de la traición; me subí inmediatamente sobre ti e intenté entrar a pesar de la insistencia del cencerro que me sacaba, por segunda vez, de los barrancos de la pasión. Luego, al establecerme en esta realidad inconclusa como las narraciones que bosquejo en el blog, fui directamente al portatil para escribirte esta carta, esta demente misiva, en la que de nuevo te solicito que vengas a mi melancolía, a mis brazos, a mis versos marchitos, a mi cabalgadura desastrada, para que seamos, por un par de horas, quienes fuimos en los albores del siglo, en la agonía del atardecer, para que liquidemos aquello que quedó pendiente tres sueños abajo (o, en caso contrario, para despertar en una nueva vigilia, en una existencia más ordenada, menos caótica, en la que seremos la pareja que nunca podremos ser en esta dimensión).
Te envío, desde los límites de la cordura, un abrazo.
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