Archivo mensual: julio 2011

Carta al silencio de la noche (14)

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Hola

No sé si has tenido aquellos sueños que se enlazan con un territorio que es (o pretende ser) más profundo que ellos, más denso, si se me permite utilizar esa expresión, y del que se sale para emerger al espejismo que recorremos todas las noches. No sé si me explico.

El caso es que hace dos días estábamos en aquellas comarcas, en aquellos suburbios oníricos en los que te besaba apasionadamente, quizás con rabia, como si tu boca fuera pasto de mi amargura, alimento de mis frustraciones, te acariciaba con violencia, te arrancaba la ropa a jirones hasta que quedabas completamente desnuda. Luego intentaba penetrarte pero la campana del despertador me arrancaba de las hondonadas de tu cuerpo para lanzarme al sueño-sueño. En él, asimismo, te buscaba en callejones, entre miradas extraviadas, fragmentadas, de los coprotagonistas (aquellos que terminan siendo uno mismo) y de allí saltaba, irrespetando toda coherencia, toda forma de continuidad, a mi casa, lugar en el que te enviaba un correo para exhortarte a concluir lo que habíamos iniciado en las catacumbas de la entelequia. Aparecías poco después, por aquellos contubernios de las fantasía, por aquellas componendas del inconsciente, semidesnuda en la sala, a escasos milímetros de mí, enredada en miradas sugerentes, en torpes coqueteos que te transformaban en una adolescente libidinosa, viciosa de la carne, incontinente del amor. Empezábamos, como es natural en estos casos, a besarnos lentamente, sin afanes, sin temor a ser encontrados por tu marido o por mi esposa hasta que quedábamos desnudos, acezantes, sudorosos, cartilaginosos en medio de la concupiscencia que nos invitaba, una vez más, a hundirnos en las crapulencias de la traición; me subí inmediatamente sobre ti e intenté entrar a pesar de la insistencia del cencerro que me sacaba, por segunda vez, de los barrancos de la pasión. Luego, al establecerme en esta realidad inconclusa como las narraciones que bosquejo en el blog, fui directamente al portatil para escribirte esta carta, esta demente misiva, en la que de nuevo te solicito que vengas a mi melancolía, a mis brazos, a mis versos marchitos, a mi cabalgadura desastrada, para que seamos, por un par de horas, quienes fuimos en los albores del siglo, en la agonía del atardecer, para que liquidemos aquello que quedó pendiente tres sueños abajo (o, en caso contrario, para despertar en una nueva vigilia, en una existencia más ordenada, menos caótica, en la que seremos la pareja que nunca podremos ser en esta dimensión).

Te envío, desde los límites de la cordura, un abrazo.

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Fanfarria para el hombre común

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Variante de la obra de Aaron Copland

Entiendo que no es fácil luchar con los ojos cerrados, con la boca apretada, en medio de ventiscas, de aguaceros inclementes, en la soledad más ominosa, a la intemperie de los interrogantes, sin saber si esa condición, si ese clima, persistirá. Sé, asimismo, que de algún recodo, de algún callejón oscuro, emerge una mano, acaso un amor, que nos lleva, o al que llevamos, bajo el aguacero que empieza a amainar o que embate con mayor fiereza pero al que, visto bajo esta nueva circunstancia, se acepta, se ama incluso, y descubrimos que la vida (esa que nos pesaba tanto, que nos agobiaba con sus impertinencias) es una fiesta alucinante en la que nos vemos obligados, una que otra vez, a bailar con las feas, con las malcaradas, pero en la que tendremos, de ello no nos quede duda, la oportunidad de hacerlo con las carismáticas, con las hermosas, con las interesantes, las que siempre, qué bueno, esperarán que les hablemos, que nos acerquemos con pasos seguros, con una mirada cómplice, acaso sugerente, que les indique, que les haga saber que soplan vientos favorables o, a lo mejor, que se acercan noches de versos y serenatas… vistas así las cosas, mi apreciado lector, tienes dos opciones frente a la vida: sentarte y aburrirte mientras los demás bailan, ríen, se emborrachan, tal vez se agotan, al igual que nosotros, o puedes, por el contrario, trenzarte con aquella muchacha que toda la noche te ha mirado desde la esquina, bajo aquellas bombas rojas que parecen a lo lejos, acaso por efecto del alcohol, preservativos inflados, aquella niña que no le prestaste atención cuando entraste, o que la viste y te pareció fea al compararla con la morena del fondo o con la rubia de curvas apetitosas que coquetea con la concurrencia, la muchacha, como decía, que ahora, bajo la influencia de las horas, del aguardiente que abunda en las mesas, empieza a gustarte por su silencio, por la solidaridad que ves en sus ojos, por aquellas piernas que emergen de una falda que se acorta a cada segundo, a cada trago, a cada sonrisa… quizás, no lo puedes saber aún, ella te dé lo que necesitas, o, tal vez –tampoco puedes saberlo-, te presente a la jovencita que todos miran, que todos imaginan entre sus sábanas, la que no ha salido a bailar porque continúa esperando que la invites al centro de la pista, para vanagloriarse de bailar contigo, el más denso, el más oscuro y, por tanto, el más interesante de la celebración…

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730 días (365 de Unión Libre)

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Has perdido la esperanza, después de dos años de conocernos, que yo coma lentamente, como las personas decentes, que cuelgue la ropa en vez de lanzarla a un rincón para que se arrugue, se ensucie, se aje como un papel viejo, que tenga una vida convencional, que estudie matemáticas en lugar de leer, de sentarme a escribir, de perderme en los meandros de la red, que no ronque como una locomotora, que no me comporte como un niño cuando me enfermo o cuando quiero llamar la atención. No es un secreto, por otro lado, que en el mismo periodo me he transformado en un hombre que pierde cabello y dinero con una facilidad pasmosa, que convive con las brumas de la melancolía, que se enferma a la menor provocación y que olvida sus promesas. Es asombroso, por lo tanto, que brillen tus ojos cuando te beso a las seis de la mañana o en las tardes en las que te recibo con una sonrisa torcida, chueca, que sugiere subir las escaleras rápidamente, encerrarnos para querernos entre jadeos encadenados, con posiciones oblicuas que buscan evadir el asedio de chirridos desalentadores (también es maravilloso que sigas creyendo que el futuro nos sorprenderá juntos, a pesar que sabes que mi suerte es juguetona, muchas veces turbia, que mi destino gusta de recovecos y bravatas, que la vida me lleva y trae sin que yo oponga resistencia). Tanta ternura, me digo frente a este panorama, que cabe en tu corazón y yo recompensándolo con este amor ocioso que te nombra con las mismas palabras con las que enseño Integrales o con las que hago reclamos airados, ese sentimiento que retribuyo con la cordialidad de estas manos que no aprendieron a recortar ni a dibujar, con estos dedos que martillean teclados, con estas caricias que se atropellan cuando la sangre emigra hacia regiones australes. Es una suerte, en consecuencia, que el amor arrincone la razón, que ignore desigualdades, que no le importe que ames caribeñamente (es decir, que te enamores hasta la médula de los huesos) mientras yo te ame a la andina (esto es, como las palomas y los gatos), que continúe creciendo a la sombra de las conversaciones de las nueve de la noche o de las rascaditas de espalda, que margine los números, que desdeñe las cifras, que no le importe que acumulemos dos años bajo sus alas ya que para él, para el desorientado amor, sólo ha pasado un segundo desde el instante en el que te di aquel tembloroso beso que te llevó a los callejones de la curiosidad…

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Estatuto erótico-fiduciario

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Los desafortunados incidentes que sobrevienen al epílogo de los noviazgos me han enseñado que se debe, antes de iniciar una relación, dejar por escrito los compromisos y deberes que regularán la conducta de los miembros de la pareja. Este documento aseguraría, por tanto, que si una mañana lo llama su pareja enfurecida porque usted, apreciado lector, no la acompañó a la reunión mensual de amigas, le responda, con el contrato en mano, que no se estipuló que debía acompañarla a celebraciones. Regularía, de igual manera, que usted, dulce lectora, le diga a su novio: acá se establece que debes acompañarme a comprar zapatos, además de estar absolutamente prohibido que se queje o que ponga cara de palo, sin importar el número de almacenes que se visiten.

Una vez se han realizado las aclaraciones pertinentes, dejo, para ilustración de lo anterior, el penúltimo contrato celebrado por mí. En él se regula, como podrán ver, la vinculación erótico-monetaria del firmante con una vieja amiga quien, en su condición de prestancia financiera, puede solventar el déficit que han dejado años de desenfreno.

Antecedentes

En vista a que Pepita Pérez goza de abultados salarios y gracias a que el Señor Diego Niño carece de medios económicos para sobrevivir, se establece una asociación en la que las dos partes transfieren una fracción de sus bienes para conformar dicha coalición. Para tal efecto el Señor Diego Niño dará de sí todo lo que la carne puede dar –que en verdad no es poco- y la Señora Pérez dará, en justa contraprestación, un porcentaje de sus ingresos para que dicho señor pueda vivir dignamente.

Parágrafo: Los límites de cada parte serán los que la capacidad física y el monto de los salarios determinen.

Soportes

Al presente documento se anexan doce testimonios -debidamente autenticados en notarías- de las capacidades amatorias del suscrito. Se adjuntan, asimismo, sendos historiales médicos que certifican la idoneidad física del Señor Niño y un video pornográfico titulado “Chita en el País de las Verijas”, donde el firmante hace las veces de León y del Hombre de Hojalata (el anexo A.3 corresponde al testimonio de Chita).

Garantías

El señor Niño se compromete, en el evento que la carne no dé de sí tanto como la contraparte espera, devolver el porcentaje correspondiente a la falta. Así, por ejemplo, si la señora Pérez se siente insatisfecha en uno de cada cincuenta encuentros, el suscrito le entregará al término del mes el 2% de los honorarios pactados.

Si la Señora Pérez, por otra parte, no paga lo que el señor Niño considera que cuestan sus servicios, este último puede desistir de prestarlo hasta que la contraparte jure sobre la biblia que es adicta al cuerpo del señor Niño. Vale decir que en el momento que se ejecute el juramento, el presente contrato tendrá calidad de vitalicio.

Finalización del Contrato

El contrato cesará en el momento en el que las dos partes concurran ante un juez de paz y manifiesten el deseo de cesar las responsabilidades que el contrato grava.

Adendas

Si alguno de los concurrentes desea adicionar al contrato términos ajenos a él (caricias, carantoñas, llamadas todos los días, exclusividad del cuerpo, etc.) debe enviar un oficio a la contraparte, o al representante legal de esta, para notificar el deseo de adicionar al contrato la parte correspondiente. Este, a su vez, estudiará la petición y el correspondiente gravamen que este acto ocasione, para enviar, en el término de tres días hábiles, la respuesta al solicitante.

Firmantes:

Pepita Pérez                                                                                           Diego Niño

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