Después de ser cierta, concreta como las rosas o la brisa, te perdiste en las arrugas de las horas, en el filo de las obligaciones, hasta transformarte en sueños, en entelequias que escondo de los amigos, del olvido que rastrea las sonrisas que se escapan a las diez de la mañana (momento en el que llegas a mis manos y a mi voz), de mi esposa que te presiente en las sombras de la noche, en la algarabía de la cotidianidad… Y es justamente en ellos, en los sueños, cuando reanudamos las caminatas por La Candelaria o inventamos nuevos lugares para entablar las conversaciones laberínticas en las que te desvaneces en la bruma del tiempo hasta hacerte transparente, casi invisible, para luego desaparecer en las vecindades de las bibliotecas o en los eternos pastizales que habitan mis fantasías. Te busco, segundos después, en las voces, en el brillo de los ojos, en el cabeceo de las begonias, en las fracturas de los andenes, en la intersección de las paredes hasta que me despierto sobresaltado, sudoroso, con las manos crispadas por la impotencia, con la garganta arenosa de tanto llamarte, de tanto indagar por tu paradero, con el alma trémula ante la certeza de haberte perdido nuevamente entre palabras, entre pasos lentos, entre las ranuras de la realidad…
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