Su despedida te esperaba sobre la mesa de noche. Tu sorpresa fue mayúscula al saber que había decidido emigrar con el susurro de mar. Los que antes eran pasos cortos se trasformaron en zancadas y estas se convirtieron, con el auxilio de la angustia, en un trote desesperado. Recorriste las doce cuadras que, impasibles y mudas, te separaron durante doce años de ella. Cuando la puerta negra te confirmó, por alguna vía inexplorada por la razón, que ella te había abandonado en ese estercolero inhabitable y fétido la golpeaste con fuerza. Luego pateaste las paredes al tiempo que maldecías su nombre. Cuando los nudillos te sangraron y las piernas se fatigaron de patear el negro acero y los silenciosos ladrillos, te resbalaste sobre el asfalto húmedo como un muñeco con las articulaciones gastadas.
Ahora que el dolor retoza en la boca del estómago recuerdas aquella sonrisa luminosa que alumbraba los domingos de melancolía y las noches de soledad. Reconstruyes, asimismo, el castillo de sueños enganchado con terrones de arena. Emites un suspiro agrio. Contemplas las bolsas de basura que esperan recostadas en un poste el arribo de unas manos sarmentosas o, quizás, de los orines de un perro. Ves a través de una talega blanca un objeto verde, del tamaño y forma de una hoja; te levantas rápidamente; el temblor de las manos te impide abrir con eficiencia el nudo del fardel; después de mucho trabajo puedes abrir la bolsa; ensartas tus manos como si estas fueran tenedores hambrientos; buscas desesperadamente el objeto que viste minutos antes; sientes una hoja rígida en tus manos; la sacas; la miras; volteas para verla a la luz plomiza de la tarde; no hay ninguna duda: es el collar que le compraste mientras esperabas que cediera el nudo de los compromisos. Te dejas caer sobre el andén. Contemplas el cordel verde que sujetaba el collar al tiempo que recuerdas la manera en la que el cordón circundó la piel blanca, dulce, tierna, de su cuello. Suspiras de nuevo. Deseas buscar los aretes que tu corazón supone que reposan en el mismo lugar; miras el talego y la idea se evapora con las cornetas de la buseta que pasa frente a ti…