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Leitmotiv

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… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello. Palpas con tu lengua los meandros de mi boca. Salgo de ti al tiempo que el cálido relente de tus entrañas despide el ariete que sacudió las murallas y abatió los imperios de tu intimidad. Giras hasta quedar sobre el hombro derecho. Jadeas imperceptiblemente. Me recuesto boca arriba a mirar la geografía del techo. Siento el impulso de fumar pero recuerdo que abandoné el vicio años atrás…

Minutos después extiendes tu brazo izquierdo para alcanzar la pierna derecha. La recorres desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Un cosquilleo lejano susurra desde el fondo de tus yemas. Le sonrío al dosel. Recorro, en respuesta a tu incursión, tu espalda con la palma de mi mano. Te pliegas ante el avance de mi mano hacia regiones meridionales. Succiono tu cuello al tiempo que mis dedos franquean los húmedos pliegues de tu intimidad. La respiración aumenta su ritmo vertiginosamente. La cepa viril inicia su viaje hacia las alturas al tiempo que tus dedos tantean su rigidez. Introduzco el dedo índice en el cuello del ardor hasta hacerte vibrar. Lo muevo cadenciosamente. Correspondes con un beso la adecuada excursión táctil. Giras hasta quedar decúbito supino. Abres las piernas para que me encaje en el resquicio. Me acomodo para penetrarte. Acomodo el ariete para que allane la pastosa oquedad. Gimes al tiempo que la viga penetra el cálido relente…

… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello. Palpas con tu lengua los meandros de mi boca. Salgo de ti al tiempo que el cálido relente de tus entrañas despide el ariete que sacudió las murallas y abatió los imperios de tu intimidad. Giras hasta quedar sobre el hombro derecho. Jadeas imperceptiblemente. Me recuesto boca arriba a mirar la geografía del techo. Siento el impulso de fumar pero recuerdo que abandoné el vicio años atrás…

Minutos después extiendes tu brazo izquierdo para alcanzar la pierna derecha. La recorres desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Un cosquilleo lejano susurra desde el fondo de tus yemas. Le sonrío al dosel. Recorro, en respuesta a tu incursión, tu espalda con la palma de mi mano. Te pliegas ante el avance de mi mano hacia regiones meridionales. Succiono tu cuello al tiempo que mis dedos franquean los húmedos pliegues de tu intimidad. La respiración aumenta su ritmo vertiginosamente. La cepa viril inicia su viaje hacia las alturas al tiempo que tus dedos tantean su rigidez. Introduzco el dedo índice en el cuello del amor hasta hacerte vibrar. Lo muevo cadenciosamente. Correspondes con un beso la adecuada excursión táctil. Giras hasta quedar decúbito supino. Abres las piernas para que me encaje en el resquicio. Me acomodo para penetrarte. Acomodo el ariete para que allane la pastosa oquedad. Gimes al tiempo que la viga penetra el cálido relente…

… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello. Palpas con tu lengua los meandros de mi boca. Salgo de ti al tiempo que el cálido relente de tus entrañas despide el ariete que sacudió las murallas y abatió los imperios de tu intimidad. Giras hasta quedar sobre el hombro derecho. Jadeas imperceptiblemente. Me recuesto boca arriba a mirar la geografía del techo. Siento el impulso de fumar pero recuerdo que abandoné el vicio años atrás…

Minutos después extiendes tu brazo izquierdo para alcanzar la pierna derecha. La recorres desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Un cosquilleo lejano susurra desde el fondo de tus yemas. Le sonrío al dosel. Recorro, en respuesta a tu incursión, tu espalda con la palma de mi mano. Te pliegas ante el avance de mi mano hacia regiones meridionales. Succiono tu cuello al tiempo que mis dedos franquean los húmedos pliegues de tu intimidad. La respiración aumenta su ritmo vertiginosamente. La cepa viril inicia su viaje hacia las alturas al tiempo que tus dedos tantean su rigidez. Introduzco el dedo índice en el cuello del amor hasta hacerte vibrar. Lo muevo cadenciosamente. Correspondes con un beso la adecuada excursión táctil. Giras hasta quedar decúbito supino. Abres las piernas para que me encaje en el resquicio. Me acomodo para penetrarte. Acomodo el ariete para que allane la pastosa oquedad. Gimes al tiempo que la viga penetra el cálido relente…

… Después de sucesivos embates el viscoso manantial anega la gruta palpitante. Te frunces con violencia. El sudor desciende por tu frente hasta perderse en la fronda oscura de tu cabello. Palpas con tu lengua los meandros de mi boca. Salgo de ti al tiempo que el cálido relente de tus entrañas despide el ariete que sacudió las murallas y abatió los imperios de tu intimidad. Giras hasta quedar sobre el hombro derecho. Jadeas imperceptiblemente. Me recuesto boca arriba a mirar la geografía del techo. Siento el impulso de fumar pero recuerdo que abandoné el vicio años atrás…

Minutos después extiendes tu brazo izquierdo para alcanzar la pierna derecha. La recorres desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Un cosquilleo lejano susurra desde el fondo de tus yemas. Le sonrío al dosel. Recorro, en respuesta a tu incursión, tu espalda con la palma de mi mano. Te pliegas ante el avance de mi mano hacia regiones meridionales. Succiono tu cuello al tiempo que mis dedos franquean los húmedos pliegues de tu intimidad. La respiración aumenta su ritmo vertiginosamente. La cepa viril inicia su viaje hacia las alturas al tiempo que tus dedos tantean su rigidez. Introduzco el dedo índice en el cuello del amor hasta hacerte vibrar. Lo muevo cadenciosamente. Correspondes con un beso la adecuada excursión táctil. Giras hasta quedar decúbito supino. Abres las piernas para que me encaje en el resquicio. Me acomodo para penetrarte. Acomodo el ariete para que allane la pastosa oquedad. Gimes al tiempo que la viga penetra el cálido relente…

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Saudade

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Saudade: lembrança triste e suave de pessoas ou coisas distantes ou extintas, acompanhada do desejo de as tornar a ver ou a possuir;
pesar pela ausência de alguém que nos é querido

Esta noche mis dedos marcaron apresuradamente el teléfono de tu casa. Confieso que el corazón aceleró su marcha cuando imaginé el aparato repiqueteando. Después del tercer timbre una voz cordial, acaso afectuosa, rompió la elipsis. Al preguntar por ti me dijo que surcabas las mansas aguas del sueño. Le agradecí y colgué la bocina.

Me quedó, en seguida,  un extraño rumor de sombras en la voz. Pensé, inicialmente, que se debía a la reclusión de conceptos y palabras en la que me tienen encarcelado los compromisos. Al mirar el computador que me esperaba con sus ojos palpitantes recordé que la responsabilidad no ha logrado rasguñarme en veintinueve años de existencia. Creí, posteriormente, que el murmullo era causado por el silencio en el que lentamente se hunde la ciudad. El gemido, largo e inclemente, de los perros que saludan la tristeza rectificó, por vía del contraejemplo, la hipótesis. Pensé, entonces, en el agobio de los años que se marchitan en cada latido del corazón. En ese instante el tiempo me sonrío desde el abismo de la eternidad. Me paré enredado en las telarañas de las reflexiones; me senté frente al computador y busqué tu perfil en Facebook. Mire, una a una, tus fotografías hasta sentir el pasado apiñándose en la respiración; leí los comentarios (me abstuve de unirme al concierto de notas y apostillas); justo en ese momento entendí que el murmullo era producto de la abstinencia de aquella voz que encrespa soledades y de aquella ternura que ilumina auroras.

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En los dominios de la decadencia

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Tu cuerpo incita a la oficiosa mano y al inquisitivo ojo a recorrer la geografía de tu piel y tu estimulante mirada enreda las calmadas aguas de la soledad. Lo peor de todo es que, además de conocer el filo de tus hondonadas, el brillo de tus cúspides y la ponzoña de tus ojos, eres capaz de enturbiar el discernimiento más equilibrado y de encender la roca húmeda.

Te conocí bajo el plomizo cielo de noviembre. Tus palabras mimaban la tarde con tu entonación de niña malcriada al tiempo que tus manos acentuaban las emociones con movimientos milimétricamente calculados. Yo, entretanto, hablaba con las letras rebotando en la lengua y la mirada paseándose por las palpitantes colinas.

Meses después nos encontramos en un atardecer huérfano de melancolía. Este es tu día de suerte, dijiste entre sonrisas etílicas y caricias mecanizadas. Este es mi día de suerte, repetí con la sonrisa ladeada que acostumbro calzar en las noches sin luna. Camine hacia el hostal con la traición acuchillando la respiración…

Al concluir la tercera escaramuza entendí que tu cuerpo promete paraísos que tu egoísmo es incapaz de sostener: bajo los arcos de perfecta convergencia y las apetitosas turgencias habita un alma que, además de estar sostenida por empolvadas telarañas, se hunde en monólogos cancerosos que envenenan. Al llegar a esta conclusión esperé que el sueño te hundiera en sus aguas cenagosas para huir del corrosivo imperio de tu vanidad…

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Retrato onírico

Hoy me desperté con la imagen de una mujer tallada en los surcos de mi memoria. Estaba sentada en una sala iluminada por bombillas que destacan de la cuadrícula del techo. Su cabello, negro como la noche, se divide en dos flancos; en el margen derecho el cabello viaja en olas desde la frente hasta le mitad la mitad del pabellón derecho; el izquierdo, entre tanto, baja, cual catarata fuliginosa, por la frente curvándose en las cejas hasta desvanecerse detrás de la oreja izquierda. Su mirada se debate entre la picardía y la seducción. Los ojos descansan sobre dos almohadillas engendradas por una sonrisa a mitad de camino. En la punta de la nariz nace el paréntesis que recluye la boca que se inclina peligrosamente hacia la izquierda. El ángulo de los labios, además, labra vagamente en la mejilla izquierda un hoyuelo. El maxilar se apoya en un mechón de cabello trincado por un caucho fucsia; el tercio de cabello que está libre se trenza en una suerte de tormenta que concluye sobre la camiseta verde. El mechón, a su vez, reposa sobre el hombro izquierdo, muy cerca de un lunar negro. El hombro derecho, por su parte, está tenso gracias al trabajo que entraña sostener el brazo en la incómoda posición en la que se encuentra. Del cuello desciende una cadena de plata que sostiene un ídolo inextricable. La cadena y a la estatuilla están circunscritas en la semicircunferencia del cuello de la camiseta. El brazo izquierdo brilla a causa del destello de las bombillas y el izquierdo está sumido en la sombra que proyecta la cabeza sobre él. Con la mano derecha sostiene un vaso de vidrio surcado por el reflejo de dos líneas rojas…

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