Mirando detenidamente la imagen encuentro un sendero de pecas franqueando tu tabique que no vi en las escasas noches que estuvimos juntos. Descubro, además, la huella de los años en los surcos, abandonados al viento y a las lágrimas, que sostiene tus ojos. Tu sonrisa, a pesar de ser postiza, recuerda las estrepitosas carcajadas que lanzabas en las cafeterías de la universidad. El tiempo, además de las estelas en tu piel, ha abatido los rizos con los que antaño jugaban mis dedos.
En la misma foto me veo, por otra parte, más cachetón gracias a una barba que resiste peinillas y tijeras. Los ojos que antaño sondeaban la oscuridad de la noche están sostenidos por tenues ojeras. Mis dientes resienten once años de bruxismo y veintiocho años de uso constante. Una frente brillante reemplaza la indomable cabellera de aquellos años.
Para el advenedizo el retrato no tiene nada novedoso; para el conocedor, sin embargo, el retrato habla de espinas que aún muerden y de felonías emboscadas en los pliegues de la hermandad; de amores materializados en el rumor del alcohol y forjados en las tinieblas; de años de auto recriminaciones y de atardeceres de evocaciones afiladas; de sentimientos encontrados y de oportunidades halladas…