Archivo mensual: julio 2009

Instrucciones para Despedir un Amor

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Dedicado a las mujeres que despiden, despidieron o despedirán, un amor.

Reemplace, en primer lugar, los ojos que lo amaron; destituya los gladiolos que murmuran desde el pasado; corte la mano que acaricio su frente y entiérrela en los surcos del olvido. Tronche, acto seguido, la luna y expulse las tinieblas que suspiran su nombre. Es de suma importancia que no olvide, en este punto, apagar la voz que mascullaba obscenidades y los labios que medían la geografía de su piel (si no toma en cuenta esta advertencia es probable que la traicione el corazón). Acuchille, una vez se han cerrado las rutas de la evocación, los versos que palpitan detrás de la fotografía, borre las estelas de su sonrisa, anule su voz, apuñale sus palabras, lije sus abrazos, degrade sus afirmaciones y repudie su memoria. Saque -si su voluntad no se ha desmigajado en alguno de los pasos anteriores- la mano que le queda (recuerde que la otra está enterrada en los surcos del olvido); despídase de él, de usted, de las calles que concurrían a su cinismo, del gorjeo de las alondras, de sus besos y de aquel rincón de su cuerpo al que se aferraba en las noches de desasosiego. Encienda, para terminar, su mejor sonrisa y entréguese al azar de los amores susurrantes.

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Mínimas (6)

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Dedicado a Marjorie; la mujer que ilumina todos los rincones de mi corazón…

Se encontraron en mitad de la noche. Ella lo abrazo con deseo, él le correspondió con enmohecida ternura. Esa noche, no obstante que sólo los unían dos llamadas telefónicas y tres correos, ella se ovilló en su pecho en tanto que él hundió la nariz en su nuca. La mañana siguiente se amaron, primero con ternura y luego con ardor. Ella, poco después, se fue a trabajar; él se quedó contemplando las esquirlas de la pasión. En la noche él la esperaba con un plato de espaguetis y con el cuerpo ávido de su piel. Ella llegó con la sensualidad alborotada y con el corazón extraviado en los callejones de la curiosidad. Se besaron con dulzura y luego se miraron con la certeza que para ellos no existe otro destino que el del amor…

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Mínimas (5)

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Instrucciones para Tronchar un Sueño

Tómate el trabajo de elegir entre los peatones a aquella que transite en silencio. Mírala a los ojos y dale plumas para que confeccione un par de alas. Luego llévala al andamio de tus besos, arrójala al vacío y mírala aletear desesperadamente en el vacio (repite la operación hasta que estés seguro que aprendió a volar con tus besos). Condúcela, acto seguido, al mar de tu silencio y proporciónale dos aletas. Lánzala a las tempestuosas olas y obsérvala hundirse en el torrente (repite esta ejercicio hasta que aprenda a bucear en las espesas aguas del silencio). Después tápale los ojos y encamínala al desierto de tu indiferencia; átala a un árbol y déjala hundirse en los interrogantes…

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Mínimas (4)

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Instrucciones para la Nostalgia

Enamórese, para iniciar, de la primera mujer que se cruce en su vida. Elija, si hay lugar para ello, la que le acarree toda suerte de conflictos. Busque, una vez esté perdidamente enamorado de ella, que lo abandone. En el instante en el que la soledad se solidifique en las grietas de las horas, abra las ventanas al atardecer; siéntese a escuchar aquella canción de Sabina que le pone arenosa la respiración; encienda un cigarrillo y llene hasta el borde un vaso con aguardiente; levántelo hacia el poniente al tiempo que baraja todas las variantes de felicidad que no conocerá; bébase el aguardiente de un sorbo y deje que los fragmentos del pasado le susurren al oído.

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Mínimas (3)

ventana1
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Instrucciones para el Olvido

Mírela a los ojos y admita todas las imputaciones que le haga. Póngase, una vez las palabras hayan enturbiado el aire, el antifaz de villano y permita que la infamia opaque lentamente los recuerdos edificados en las tardes de ocio y en las noches de pasión. Permítales maldecir el día en el que se conocieron; déjela llorar desconsoladamente para, al final –bien el final-, abandonarla en el calvario que sus actos han suscitado…

Si sigue las instrucciones le garantizamos que al término de tres meses usted será una ventana olvidada en algún callejón de su memoria.

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Mínimas (2)

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Contemplando la contundencia de tus dieciocho años comprendo que tu inocencia tiene la facultad de envenenar los rincones que no lograron envilecer quince años de desenfreno…

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Mínimas (1)

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Que tu recuerdo continuaba intrincado entre mis palabras lo anunciaron la docena de versos maltrechos que trace en las tardes de septiembre; que mi melancolía necesitaba reclinarse sobre tu silencio me lo dijeron las migajas de oscuridad que abandonaste bajo la cama; que mi felicidad necesita tu permiso para abrir sus alas lo supe aquella noche de cervezas y boleros; que eres el viento que hincha la vela de mis sueños lo pronosticó un verso de Cátulo colgado del atardecer… lo que nadie me dijo –ni nunca comprendí- es que tienes la capacidad de transformar este amor vibrante en una mariposa de alas raídas…

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La sacerdotisa

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Sobre lo que parece una roca tallada una mujer sentada, con una palidez lunar, sopesa las praderas del infinito. Dos columnas vigilan su indiferencia; una de ellas, la negra de la derecha, anuncia que es la fuerza (Boaz) en tanto que su compañera de la izquierda revela que es la justicia (Jakin). Un velo adornado con cárdenas granadas la separa de un mar sosegado como el futuro que susurra desde la campiña del tiempo. Entre los pliegues de su túnica reposa la Torá y a sus pies la luna crece perezosamente.

La mujer mide las dimensiones de la carta en silencio. Alza la mirada lentamente, como si quisiera pedirle perdón al frío que murmura detrás de la ventana. Te contempla con la misma morosidad con la que, segundos atrás, calculó las palabras de la sacerdotisa.
– Se trata, ante todo, de una relación psicológica, que está a la orden del día, que puede acabar transformándose en una verdadera relación amorosa, recita el parlamento aprendido en los albores de la juventud. Examinas en tu memoria, entretanto, la fotografía que duerme en el bolsillo interior de la chaqueta: una mujer con el cabello alborotado por la brisa; un hombre con una ligera pelusa adornándole la cabeza y una barba densa; atrás, a la izquierda, una rama, encorvada y sarmentosa, rasguñando el techo de una casa colonial; ella atenazando una sonrisa que, a fuerza de reprensión, parece coqueta; él mirando con curiosidad el lente de la cámara y el tronco de una estatua oxidándose a sus espaldas.
– Esta carta representa la idea de un reconocimiento por parte del otro, en el sentido literal del término; un reconocimiento recíproco que se manifiesta, incluso, sin necesidad de palabras, continúa la anciana. Reconocimiento, repites para ti. Eso es lo que anhelas que suceda: que ella, la mujer que te ha robado los que acaso debieron ser los mejores años de tu vida, te llame una buena tarde para pedirte perdón y, por esa misma vía, para reiniciar la relación. Carraspeas para desanudar la maraña de emociones que te suben por la garganta. Eso es, sin duda alguna, mi vida, te dices con amargura: un enojoso, y quizás inconveniente, paréntesis en medio de la narración de una novela barata.
– Puede que se trate de alguien que tiene una vida interior fuertemente desarrollada, que forma parte del mundo del arte, en la psicología o la investigación, prosigue. Dado que el dolor es el mejor cultivo del alma, y como Cristina ha padecido infortunios de toda clase y naturaleza, no queda la menor duda que la mujer aludida es ella, concluyes con satisfacción.
– Pocas palabras en este tipo de relación, sin embargo, todo tu ser va a sufrir una conmoción profunda, así como tu futura vida afectiva, dice con voz cavernosa, como si anunciara una tragedia. Un escalofrío navega tu espina dorsal a toda vela.
– Con esta carta, la sexualidad está a flor de piel; el juego amoroso se basa en una poderosa atracción y una comunicación, aunque «silenciosa», casi perfecta. Clava una mirada seca en tus ojos. No sabes si es una pausa para reanudar la perorata o si no hay más noticias. Le sostienes la mirada con desgano. ¿Eso es todo?, inquieres en medio del tedio. Eso es todo, responde con antipatía. ¿Podría darme un nombre o una descripción de la mujer de la que ha hablado?, preguntas con sorna. No puedo hacer eso, susurra la anciana. Llevas la mano al bolsillo derecho de la chaqueta. Sacas la fotografía y la dejas encima de la mesa. ¿Es ella? Contempla la muchacha escoltada por el dorso corroído. No puedo decirle nada más, repite.
– Dice Heródoto que en el año 480 antes de Cristo, Jerjes, hijo del gran Darío, envío en señal de sometimiento a algunos mensajeros a todas las tierras para pedir agua y tierra; dices lentamente. Todos aceptaron menos la arrogante Atenas y la belicosa Esparta. Los mensajeros, afirma el historiador, fueron arrojados a un pozo después de decirles “tendréis toda la tierra y el agua que queráis”. Guardas silencio al tiempo que la mujer se pone nerviosa. Yo, al igual que ellos, odio a los heraldos que traen buenas noticias, dices al tiempo que introduces la mano en el bolsillo izquierdo de la chaqueta y sacas un revolver. Le apuntas a la cabeza y disparas dos veces sin importarte los quejidos de la octogenaria. Los estallidos concitan el ladrido de los perros. Tomas la fotografía que cubre a la impasible sacerdotisa. Das una última mirada a la carta; giras sobre los talones como aprendiste en el ejército; cuando abres la puerta te recibe una descarga de frío que te impele a subir la cremallera de la chaqueta; tanteas las tinieblas con una mirada sombría y empiezas a caminar silbando bajito…

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