Con el farallón desmoronándose bajo mis pies contemplo tus ojos alumbrando el vacío del pasado y las experiencias inútiles que este trajo. En tu juventud examino, asimismo, el vigor que se desmenuza en los engranajes del tiempo y el talento que se evapora por las comisuras del viento.
Lo anterior, sin embargo, no perfora el afecto que nació aquella mañana que entraste por la puerta blanca para guiarme por los recovecos de las particiones con tus manos de astromelia, ni frena el campaneo de mi corazón cuando el destino nos concede dos minutos de tregua.
Estas palabras acudieron a mi mente cuando el rumor de la composición de Simón Díaz llego a las bordes de mi aliento. Sea, pues, esta canción un homenaje a tu vibrante lozanía y a la alegría que esta trajo a mis días.
Adoro los caballos, es una asco vivir en la ciudad, hace mucho que no me acerco a ninguno, aquí sólo hay coches, casa, gente y porquería, aunque a veces parece todo lo mismo.
La fortaleza se nos va con el paso de los años, pero no lo podemos detener, vivamos de la mejor manera posible.
Me alegra que hayas actualizado, hace unos días que no lo hacías, ya me estaba preocupando.
Un beso.
En Bogotá aún se ven caballos arrastrando carretas por las calles. Están en un estado tan deplorable que desearía no tenerlos en esta urbe agonizante de contaminación y miseria.
La parte que más me gustó de la canción (y quizás la que me impulsó a subirla) es aquella que dice:
“El potro da tiempo al tiempo
porque le sobra la edad
caballo viejo no puede
perder la flor que le dan
porque después de esta vida
no hay otra oportunidad”
Creo que no es el hecho que nos abandone el ardor que vibra en las venas sino es el tiempo que nos acorta el aliento.
Lamento, por último, la ausencia de una semana, pero las obligaciones laborales apretaron el nudo y me dejaron, como al caballo viejo, sin aliento. Gracias por preocuparte.
Un abrazo desde este frío rincón del mundo