El paso del tiempo y la impertinencia de la realidad te iluminan los ojos; también se encienden con el rastro de algún recuerdo remiso.
Recuerdo que la primera vez que te vi deambulabas con la pesadumbre del abandono y la incordia del dolor; tus palabras, a su vez, se contagiaban del algodón de tu mirada y tus pasos auguraban tardes plomizas, y amaneceres lluviosos. Yo, por aquel tiempo, administraba los doscientos kilómetros de irresponsabilidad que le había heredado a la alborada de los años.
Luego llegaron las historias con finales predecibles y mi huida a los matorrales de la reflexión. Al final sólo quedo un relato olvidado en un cuaderno ajado por la brisa de los recuerdos.
Era casi la una de la tarde cuando entré al restaurante. La fila para almorzar era bastante larga. Me encontré en la fila de marras con un compañero del grupo de debate; después de los saludos protocolarios iniciamos una larga conversación sobre trivialidades (son los temas que más se tocan en esas latitudes). Al poco tiempo vi que C estaba sentada almorzando con M.S. y con D.L.; supuse que, dado el tamaño de la fila, no podría sentarme a hablar con ella. Confieso que la conclusión de dicha estimación no me perturbo en lo más mínimo. Seguí conversando con mi ocasional acompañante. Después de quince o veinte minutos de fila llegamos al mesón donde se nos daría el condumio que se había anunciado (¿generosamente?) en la mañana. Al tener el almuerzo en la bandeja, constate, para mi sorpresa, que C no había terminado aún de almorzar, lo que causo diversos interrogantes: ¿ella almorzó muy despacio para esperarme? O, dado que nunca he almorzado con ella ¿no sería muy aventurado suponer que la velocidad con la que almorzó está directamente relacionada conmigo? Fuera lo que fuera ella estaba allí, con la mesa libre, y yo estaba necesitando un lugar para almorzar, por lo tanto me dirigí hacia donde estaba ella. Le pregunte, no fuera el diablo, si me podía sentar en el lugar libre. Sí, claro, me dijo. Me senté; mi acompañante ocasional, hizo lo propio. Sacamos los platos de las bandejas y, al ver que el fortuito comensal pensaba llevar su bandeja, le pedí el favor que llevara la mía. Quedamos solos C y yo (M.S.se había ido hacia un buen rato y D.L. salió a un mismo tiempo con el bandejero). C preguntó si habíamos debatido con profundidad el tema asignado; le conteste con un movimiento de manos que denotaba “más o menos”; el movimiento lo acompañe con un “¿por qué?” que debió sonar, con toda certeza, brusco, puesto que C me contesto con voz sombría, “no, sólo quería saber”. Al vuelo note que la había embarrado; le pregunte, con evidente preocupación, si le había contestado feo; asintió con cara de niña regañada; le dije con voz tierna: perdóname, no quería ser brusco contigo; ella sonrió radiantemente.
(Creo verla como si se tratase de una fotografía: los mechones de cabello trincados por una cinta azul que bordea la frente y aflora en dos alegres tiras por la espalda; La frente liberada gracias al efecto de la cinta exhibe, sin rubor, espinillas y demás erupciones propias de los seres humanos; los ojos, por su parte, en ese instante, están semicerrados, pero refulgentes, causando unas pequeñas pliegues en la región lateral de los ojos; la boca está ligeramente abierta, enseñando tímidamente los dientes… Nada más bello que los recuerdos).
En ese momento llego el comensal ausente y D.L. Hablaron, el ocasional y D.L., sobre las materias, los profesores, las notas, etc. Yo, por mi parte, intercale un par de opiniones, y Carolina hizo lo propio. Apenas terminamos de almorzar ellas se fueron para terminar el trabajo que habían iniciado por la mañana…
… Al finalizar la jornada yo me encontraba bastante agobiado por la extensión de las intervenciones y por la reiteración de los temas en las mismas. Cansado, como ya he dicho, decidí salir un momento para holgar de la fatigosa reunión. Me pare, di media vuelta y hela allí: C expectante de mis movimientos. Le dije, sin emitir sonido, que estaba extenuado y que me disponía a descansar un poco. Minutos después entre nuevamente al salón a seguir oyendo lo mismo que venían comunicando desde hacía dos horas. Hastiado, a los quince minutos, me pare a servir tinto para pasar el aburrimiento. Me paro, camino hacia la mesa donde están los termos; me sirvo un poco de tinto; le dispenso un poco a una compañera que así me lo pidió; doy media vuelta y hela allí: C nuevamente pendiente de mis maniobras; le pregunte si quería tinto; me contesto afirmativamente; le di el tinto que me había servido, fui por más tinto y por el azúcar de ella…
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