Sientes un cosquilleo en el abdomen que produce un sospechoso eco en los testículos. Aceleras, sin importarte el paradero del hormigueo, el ritmo de los embates. Una gota de sudor resbala por tu frente al tiempo que aumenta de intensidad el palmoteo de tus muslos contra sus nalgas. Tus piernas y brazos empiezan, inexplicablemente, a temblar. Una felicidad ajena al cuerpo y, por tanto, a los circunstantes, emerge de algún rincón del universo. Tu compañera acoge la embriaguez celestial con la misma reverencia que lo haces tú. Los bordes de la realidad, un segundo después, se desvanecen en las brumosas aguas del goce a la vez que la materialidad se diluye en una suerte de caos primigenio. Poco después desciendes, gracias al cabeceo frenético de tu pene, a la sustancia olvidada en el ascenso orgásmico. Empiezas, en ese instante, a ser consciente del crispamiento del cuerpo de tu pareja y de las últimas oscilaciones de tu pene. Brota, en contraposición a la felicidad incorpórea de segundos atrás, una alegría enraizada en la satisfacción carnal. Sonríes a la espalda -desnuda y sudorosa- de tu compañera…
Excelente descripción desde el punto de vista masculino… por cierto, aunque a muchas mujeres no les gusta, me parece que la posición que describes es para mi, una de las más placenteras… saludos!
Esa posición gusta a las mujeres que prefieren estimular el punto g oponiéndose a las que prefieren el estímulo del clítoris…
Gracias por la visita y por el comentario
Saludos desde la fría Bogotá