Cuenta Miguel Méndez Camacho en el diario La Opinión que en su exilio en argentina tuvo la oportunidad de conversar con Borges. En una de sus visitas el abogado cucuteño le preguntó al maestro: “¿La fama anula la mezquina vanidad?”. Borges, después de una sonrisa enigmática, le dijo a Miguel que cuando publicó su libro Fervor de Buenos Aires pasaba todos los días por las librerías para preguntar cuántos libros habían vendido. “Al mes, dice Borges, tenía 17 compradores que imaginaba fervorosos lectores, con caras, cuerpo, oficio y edad aproximada, deleitándose con mi poesía”.
Cuando leí esta anécdota pensé en la dinámica que genera la tecnología y en la naturaleza de los blogs. Los que escribimos en blogs no tenemos, por ejemplo, la necesidad de ponerle nombre a nuestros lectores ya que ellos mismos se colocan uno–real o no- cuando dejan su comentario en la casilla correspondiente. Dejan, como si lo anterior fuese poco, el correo electrónico para podernos comunicar con ellos y preguntarles cómo llegaron al blog o cómo les parecen los post o el diseño del mismo. Gracias a este intercambio de información no recurrimos a la volátil imaginación para saber de dónde son nuestros lectores, cuál es su verdadero nombre, qué edad tienen, etc.
En los albores del blog mi ansiedad por conocer a los lectores me impulsó la noche del 8 de abril a escribirle a Alicia, una lectora que había entrado ese mismo día y que me había dejado comentarios por todo el blog. Después que le escribí recibí una notificación de gmail que me comunicaba que la dirección del correo no existía. Desilusionado levanté los hombros y continúe con el extravagante ejercicio de escribir pendejadas.
El 18 de abril Alicia apareció de nuevo. En esta ocasión le pedí, a través de los comentarios del post, que me escribiera al correo personal. Tres días después encontré para mi alegría un correo de ella. En respuesta a la misiva le indagué sobre el blog y la forma como llegó a él. Alicia me contestó con un correo maravilloso al que respondí con dos preguntas secas. Y así iniciamos con una correspondencia fluida de preguntas, comentarios, narraciones y anécdotas.
El 16 de mayo, después de un intento fallido, pudimos hablar por teléfono. Recuerdo que la sensación inicial era de estar frente a una catarata de palabras emanadas de una fuente cristalina de pasiones y reflexiones. Luego de acostumbrarme a que el torrente de ideas desbordara mi capacidad de filtración, me abandoné a la caricia de las palabras. Y así ha seguido siendo en las pocas ocasiones que hemos hablado por teléfono.
Nuestra amistad, por tanto, se ha cocinado en el crisol de la palabra escrita y se ha sazonado con ocasionales llamadas telefónicas.
El miércoles pasado Alicia me envió un correo contándome que no podrá visitar el blog con la misma frecuencia con la que lo ha venido haciendo durante los últimos cuatro meses. Me dice, asimismo, que los correos se espaciaran gracias a que las obligaciones le robarán el tiempo que empleaba para escribirme. Esta noticia, como se podrán imaginar, ha sembrado sombras en la curva de las vocales y hundido en las tinieblas a la rigidez de las consonantes…
Sean pues este post y el poema que abajo transcribo el homenaje a una de las lectoras más fieles de este blog y a una gran amiga.
ALICIA
Si deseas abandonar la multitud detenida en el reloj
lleva a Alicia
y cruzarás el límite de la transparencia y la pared.
Cuando en el vacío te angustie el habitual ritmo del vértigo
las pequeñas ocurrencias de Alicia
fundarán ciudades,
y mientras cambia el color de la magia y de los besos
las efigies encerradas en las monedas volverán a ser hombres.
Tu mano allí querrá alargarse para ajusticiar el sol,
¡ déjala !
todos somos poseídos por Alicia en algún instante de la vida.
Si no has sentido bajo tu piel los pasos de Alicia
recuerda que ella puede aparecer de repente.
Con la paciencia que el sueño seduce a la noche
jugando a las virtudes del mal te dormirás en secretos jardines
y entonces en tu cuerpo el dolor de las matemáticas
será un constante deleite.
Con ella
el tiempo del esclavo suelta un pájaro por la ventana.
(Víctor López Rache)